La emocionalidad no da la razón, dijo Alonso Solís, filósofo tapatío; continuó provocando una reflexión para preguntarnos si estamos viviendo el régimen de las emociones. Siguió su disertación recordando que los griegos creían que las emociones eran la parte más fuerte de la humanidad y reflexionaban sobre si las emociones deben subordinarse a la razón, para medianamente tener un orden en la humanidad. Y remató proponiendo definir a la democracia como el régimen que consiste en la canalización de las emociones hacia la construcción de un proyecto de igualdad, libertad e inclusión.
¿Cómo dominamos la pasión y deseo de los poderosos frente a los débiles?, pensaba Aristóteles, a quien Mario López, gran pensador de la metrópoli, recuerda. Continuó diciendo que estos análisis no los tenemos en la actualidad, dejamos las emociones en el ámbito privado. En términos aristotélicos, es mejor que nos gobiernen las leyes que los seres humanos porque estos tienen afectos a ciertos grupos. Debemos incorporar al análisis político la relación de emociones con la política, concluyó.
¿Tienen cabida las emociones en el régimen democrático?, cuestionó Sayani Mozka, doctora en psicología social, al decir que tanto populistas como no populistas instrumentan las emociones para ganar elecciones y que las emociones juegan un papel fundamental en los movimientos sociales más recientes que fueron impulsados por la indignación y la relación intrínseca entre el feminismo y las emociones vividas en lo privado. Esto ocurrió la semana pasada entre la vorágine de ideas: escritas, habladas, reflexionadas, debatidas y brindadas en la FIL, dentro del programa académico del IEPC. (Dicha conversación la pueden consultar en el Youtube del IEPC o en el podcast Poder Ciudadano.)
Este diálogo surge del análisis de comportamientos políticos que podemos ver en elecciones como las de Estados Unidos donde el 71% del votante de Donald Trump en las recientes elecciones se sentía enojado respecto del curso que llevaba el país, mientras que el 89% del votante de Kamala Harris se sentía entusiasta sobre el futuro. Otro caso es el argentino donde Milei también movilizó el enojo o en Movimientos Sociales como en Siria donde la indignación derrocó la dictadura o incluso, de manera más preocupante en el uso político de Tik Tok, que determinó la anulación de la elección de Rumania, movilizando emociones.
Chantal Mouffe, una gran filósofa y politóloga belga escribió un libro imperdible para esta reflexión: El poder de los afectos en la política (editorial siglo XXI). Ahí en ese texto debate y contra argumenta con todas aquellas corrientes filosóficas que afirman que las emociones nos impiden actuar con racionalidad. Destaca el papel crucial que juegan los afectos en construir una identidad política democrática y afirma que uno de los puntos más débiles de la teoría democrática es su incapacidad de reconocer el carácter colectivo de las identidades políticas y su dimensión afectiva.
La política democrática según Mouffe debe permitir la expresión de las pasiones y pasar de una idea de conflicto antagonista (entre enemigos) a una visión de conflicto agonista (entre adversarios), el oponente no es un enemigo que debe ser aniquilado sino un adversario que debe existir, que respetamos y queremos que exista. Oponerse sin eliminarse entre sí. Para Mouffe, la política es el campo de batalla donde se movilizan las pasiones.
La misma autora propone su antídoto contra la desafección democrática, que se vive en diversas regiones y en México: movilizar los afectos hacia proyectos democráticos, pero para eso, recuerda a Bourdieu quien afirmaba que no existe una fuerza intrínseca que atraiga hacia la verdad, es decir, aunque pensemos que la democracia es el mejor régimen de la humanidad y esto sea verdad, no existe una fuerza automática que atraiga a las personas a vivir en democracia, se deben conquistar las emociones, motivar los afectos. El proyecto democrático debe seducir a las personas con base a sus expectativas vividas y sus aspiraciones concretas y cotidianas.
En ese sentido, podemos caer en la tentación de dejar la movilización e instrumentalización de las emociones solo al marketing político, lo cual es una herramienta pero no debe ser la única aproximación; es imperativo incorporar a nuestros análisis políticos y a la ciencia política, desde este y otros espacios la relación que juegan las emociones con la vida política, pública y con el desarrollo de nuestra democracia. Por ello ahora en este contexto post electoral y en la construcción de políticas públicas y estrategias sociales para defender, cuidar y querer a la democracia, las emociones deben jugar un papel protagónico.