Política

La servidumbre renovada

  • Columna de Bruce Swansey
  • La servidumbre renovada
  • Bruce Swansey

La participación del vicepresidente norteamericano en el foro de Munich fue dedicada a confirmar que Estados Unidos se desentiende de Europa. En el contexto de la guerra en Ucrania y la amenaza rusa a los países que hasta el colapso de la Unión Soviética formaban parte de su imperio vulnera el equilibrio del continente europeo. En adelante la Unión Europea deberá protegerse a sí misma, lo cual exige acelerar la carrera armamentista, algo que desde la posguerra se había creído descartado. Para ello los países europeos deberán destinar un porcentaje mayor de capital, hasta ahora destinado a inversiones sociales, a comprar armas en el mercado norteamericano y a levantar ejércitos. La emergencia se presenta en un momento de estancamiento económico y de la necesidad de apuntalar los servicios que han distinguido al estado liberal de bienestar social en medio del asedio del populismo iliberal que ya domina en países como Hungría e Italia, cerca Alemania y Francia y presiona el gobierno laborista en el Reino Unido.

La inmigración es el fantasma que acosa Europa y que ha desatado una reacción xenófoba acentuada desde que el gobierno de Angela Merkel recibiera un millón de refugiados. Pero el rechazo de la inmigración no basta para explicar el péndulo que oscila con creciente ímpetu a la derecha. El agravamiento de las condiciones de existencia, la escasez de vivienda asequible y el abandono de regiones que resienten haber sido dejadas atrás son factores de rencor social que esperaban la ocasión no para votar a favor de la derecha sino para mostrar su rechazo a regímenes que dieron por supuesto su apoyo.

La invasión de Crimea en 2014, cuya impunidad dio alas a Putin para continuar una guerra de conquista que dura ya tres años, coincide con el cambio de paradigma en Estados Unidos y su reorientación geopolítica hacia el aislacionismo y la creación de una zona de influencia norteamericana indiferente a los sucesos en el resto del mundo. Trump (quien se propone un panamericanismo presidido por él), Putin (quien persigue la quimera paneslavista) y Xi Jinping (quien aspira a la hegemonía total en Asia), se reparten el mundo.

La lección de Vance, sin embargo, no es acerca de la dependencia europea de los Estados Unidos ni sobre la incapacidad de los países europeos para tomarse en serio una tendencia que ya se anunciaba desde la presidencia de Obama y que debió haberlos acicateado para solucionar su seguridad ante la amenaza de Rusia, sino sobre los otros peligros que la Unión Europea enfrenta. Según Vance, el mayor de ellos no es Rusia que persigue restaurar las fronteras imperiales, ni China que arriba al Siglo XXI como una potencia que ya rivaliza con Estados Unidos incluso en el predominio digital, sino el enemigo interno.

El vicepresidente Vance lo identifica con la renuencia europea para abrir el gobierno a partidos de extrema derecha con los que se niega hasta el momento a establecer alianzas. El recuerdo del auge de las dictaduras sangrientas que condujeron al mundo a la Segunda Guerra Mundial no se ha desvanecido. Pero según Vance este es un error que demuestra la falta de democracia en Europa. La extrema derecha y sus consignas xenófobas e intolerantes tienen tanto derecho como cualquiera para gobernar.

El factor Musk

Vance alecciona a los mandatarios europeos desde un gobierno que justifica la venganza sistemática contra los opositores del presidente y el apoyo oficial a la industria tecnológica en manos de cinco mogules trillonarios, uno de los cuales ya define el rumbo del gobierno en ese país, donde por cierto habiendo nacido en la Sudáfrica del apartheid, es extranjero. En nombre de los valores que el populismo autoritario niega, Vance apuntala una administración que llevará a cabo exactamente lo contrario de lo que dice defender. Por ejemplo, el presupuesto. Para hacer la administración eficiente y gobernar Estados Unidos como si fuera una de sus empresas, Musk ha emprendido un recorte burocrático justificado como ahorro pero que en realidad busca allanar el camino para sus propios intereses que ya son los de la administración. Rechazar toda regulación de los medios sociales y el desarrollo de la inteligencia artificial significa en la práctica una guerra de clases en favor del gran capital. O la libertad de expresión que en verdad significa la actualización de la más abyecta servidumbre porque convence al sojuzgado de que su voz importa cuando en verdad contribuye a fortalecer el dominio doctrinario. De forma cada vez más cínica, lo que se busca es imponer una forma autocrática de gobierno.

Repitiendo lo que Marshall McLuhan afirmó hace casi un siglo, se recuerda la revolución de Gutenberg comparándola con la que en nuestros días se lleva a cabo primero con las computadoras y ahora a través de los medios sociales, aunque esta transformación sea digital y su función se haya revelado ajena a la verdad e indistinguible del adoctrinamiento.

La tiranía de la desinformación

Mientras que la imprenta surgió para hacer accesible la Biblia y con ella la alfabetización, los medios sociales se proponen una labor ideológica opuesta a la libertad de la lectura que promueve la reflexión. Si la imprenta arrebató la autoridad del sacerdote para dársela al lector, los medios imponen la tiranía de la desinformación y la paranoia gozosa de las conjeturas fantasmagóricas de la conspiración como concepción del mundo. Con ello normalizan el odio y hacen de las plataformas armas cuyo discurso legitima la exclusión, la inequidad y el uso indiscriminado de la violencia. Desde ese púlpito masivo los nuevos sacerdotes digitales perfeccionan sus habilidades alimentando emociones como el rencor, el miedo y el deseo de venganza. Sus malas artes no han surgido de la nada ni son inexplicables.

La falsa conciencia es como el agua, que siempre encuentra un cauce por donde escurrirse. La era digital es el triunfo de la administración gota a gota o a raudales, según prevea el algoritmo, para supuestamente ajustar cuentas a una élite de la que los señores de la desinformación, hábiles titiriteros de los justicieros, constituyen la cima del sistema vertiginosamente vertical. Más ocultos que sus predecesores y por ello más insidiosos, estos magnates trillonarios manipulan las ilusiones de quienes creen que por participar en las nuevas ágoras del ruido ajustan las cuentas a sus enemigos imaginarios.

Se dice y con razón que la humanidad nunca ha estado tan comunicada y sin embargo también es cierto que la comunicación se ha reducido a cámaras que distorsionan la palabra transformándola en eco. Una de las reivindicaciones emblemáticas de los defensores de los medios sociales es que han dado tribuna a quienes de otra forma permanecerían en silencio. Quienes ensalzan estos espacios lo hacen en nombre de la libertad de expresión que enaltecen como un derecho humano reivindicado precisamente por el liberalismo ilustrado que rechazan. Vivimos en la era en la que cualquiera sabe más que los detestados especialistas sin discernir entre la ocurrencia y la información sustentada. El medio, para seguir con McLuhan, es el mensaje. Y el medio crea la ilusión de igualdad en medio de la cacofonía. Cada uno se desgañita contribuyendo a la animadversión tribal. En algún sitio ahora mismo estalla una catástrofe organizada eficazmente mediante las plataformas que reúnen a la infame turba con rapidez fulminante. Cualquier motivo es bueno pero por lo general los rijosos aducen defender su cultura y su identidad. Y siempre habrá a la mano algún inmigrante a quien linchar.

Tacnofascismo impune

Con el fin de la corrección política se abrió la puerta al racismo, la xenofobia (articulada por la paranoia del reemplazo racial), la misoginia y el sexismo que en la machosfera han vuelto por sus fueros junto con el moralismo primitivo que parecía haber quedado varado en algún escollo de la historia. Por eso seres como el vicepresidente norteamericano aboga a favor de inundar el imaginario social con mensajes descabellados pero verosímiles para quienes no cuentan con más información que su rencor. A los magnates también les conviene tener una maquinaria independiente de las leyes porque sólo en esa libertad, argumenta Vance, es posible el avance tecnológico.

Con la invención de la imprenta surgiría un nuevo poder que siglos después habría que controlar. El llamado “cuarto poder” se concentró en las manos de unos cuantos press barons o señores de la prensa que aprovecharon su influencia para manipular la política, las finanzas, la explotación colonial, el entretenimiento y la opinión pública. Ante ese poder fue necesario crear leyes para contenerlos haciendo responsable a los editores de lo que su periódico publica. Rupert Murdoch ha experimentado recientemente las sanciones que los tribunales aplican en caso de hallar que la información publicada es delictiva o porque los datos proporcionados no resisten el escrutinio. A diferencia de los medios tradicionales, hasta el momento el tecnofascismo goza de una libertad irrestricta al servicio del caos. La turbulencia que es capaz de generar es muy útil para la extrema derecha que en nombre de la libertad impone en cambio la servidumbre renovada.


Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.