Política

La pesadilla de Keir Starmer

  • Columna de Bruce Swansey
  • La pesadilla de Keir Starmer
  • Bruce Swansey

360 días después de ganar las elecciones con mayoría aplastante, el primer ministro se revolcaba en su cama como si estuviera atado sobre un hormiguero. Incluso con las ventanas abiertas de par en par a las 3 de la madrugada el calor no bajaba de 25 grados. El aire pesaba. Noche tropical en Londres. Noche de presagios.

Desde el principio de su mandato la gravedad de una crisis heredada sembró el camino de obstáculos. Con Brexit habría bastado porque después de cinco años la separación de la Unión Europea (UE) aún tiene consecuencias negativas, el covid también ha dejado secuelas alarmantes que mellan la fuerza de trabajo y pesan sobre las finanzas públicas, la infraestructura decrépita, escasez alarmante de vivienda y un hoyo negro de 22 billones de libras. Es una crisis económica y social, pero sobre todo moral y de confianza en los políticos, a quienes se ve como sanguijuelas. En tales condiciones no hay nada peor que la realidad al despertar.

La guerra, por ejemplo. La invasión de Ucrania no sólo no cesa sino que se recrudece con el tácito apoyo de Washington, que se deshace de sus compromisos con Europa y la OTAN para centrarse en asuntos nacionales y prepararse para volcar su atención en el Pacífico asediado por China, que también lanza un desafío cibernético. Putin se propone restaurar las fronteras anteriores al colapso de la Unión Soviética, así como corroer lo que aún sostiene las endebles democracias occidentales. El primer ministro cavila fascinado por la nueva era que nace entre el estrépito de la confrontación armada y la disolución del equilibrio internacional.

Pero son las tres de la madrugada sofocante y al primer ministro lo agobian las imágenes inconexas pero elocuentes de la mayoría que lo llevara al número 10 de Downing Street encogerse en cámara lenta tras eventos que se repiten con intensidad insoportable.

Una de las puertas del ropero estilo Regencia se abre rechinando y de la oscuridad emergen los espectros de los pensionados extendiendo sus brazos famélicos. Avanzan lentamente porque la decrepitud los baldó y no tienen recursos para sillas de ruedas ni muletas. Alguno enarbola un bastón carcomido con el que amenaza al primer ministro.

'¡Hipócrita!'

'

¡Destructor del laborismo!

¡Traidor!

Los espectros avanzan envueltos en jirones malolientes, momias en proceso de desintegración.

“¿Cuánto te ahorrarás matándonos de frío?”

Los fantasmas reclaman la restitución del fondo público destinado a combustible. Sin calefacción los sobrevivientes infestarían los hospitales costándole más al erario público que lo que se destina para que no mueran congelados en sus hogares.

Sir Keir Starmer suda aterrado porque los ancianos tienen razón. Por eso dio marcha atrás restituyendo el fondo de ayuda.

“Esto es Dickens —murmura Starmer— pero yo no soy Scrooge”.

De esta forma espera reconocer que no es más que un mal sueño.

Una pesadilla encierra otra en la que el primer ministro aparece en el jardín del número 10. Encaramado en un podio desmesurado, desde donde ve lo que queda debajo empequeñecido, recita las infames palabras una y otra vez, como muñeco al que la cuerda se le rompió enganchándolo en la misma frase.

“Inglaterra se ha convertido en una isla de extraños. Inglaterra se ha convertido en una isla de extraños…”

“No es lo que quise decir”, murmura contrito, la mitad del rostro sepultado en la almohada, el corazón desbocado.

Ese discurso reverbera en la conciencia colectiva porque se alinea con la mezquindad de la derecha xenófoba y convencida, a pesar de los desastres, de que Brexit era la solución pero fue traicionada por los agentes del continente.

El primer ministro se revuelca, siente que le hace falta respirar. La pesadilla es un carnaval diabólico que lincha a la canciller de economía y finanzas.

“Estás dormido”, se dice porque hace esfuerzos mayúsculos para abrir los ojos pero es imposible.

Los diputados laboristas se mesan el cabello echándose puñados de ceniza unos a otros.

“No firmaremos tu documento inmundo”, claman.

Los cuenta como si fueran borregos. Se siente aislado, abatido mientras ve cómo uno a uno sus diputados se demarcan de él y del partido que, argumenta, ya no los representa. La mayoría se le evapora con cada diputado rebelde que bala improperios mientras salta la cerca.

Los desvalidos se unen a los viejos que lo cercan echándole a la cara tufo de repollo podrido. Juntos conforman una hidra que se alza gruñendo. En las garras sostiene la iniciativa de reforma de Starmer que despierta en el suelo.

“No es más que una pesadilla, cariño. Ven, descansa”, le dice su mujer.

El primer ministro bebe agua, se tranquiliza. Piensa en las concesiones necesarias para conservar el poder.

“¿Ha perdido el control de sus diputados?”, le pregunta la prensa al salir del número 10 trastabillando en un escalón. No es su día.

“¿Cuánto podrá ahorrar primer ministro?”

El sarcasmo lo persigue. Fuera del Parlamento los más vulnerables se plantan en sus sillas de ruedas.

“Bienestar, no guerra”.

Lo que en el tablero internacional ha tenido éxito aplacando a Washington mediante la promesa de destinar 5% del presupuesto nacional al armamento comenzando con la compra de 12 jets F35 de combate equipados con armas nucleares, en casa el recorte del apoyo a viejos, discapacitados y desempleados ha provocado la indignación nacional.

“Tienen nuestra sangre en sus manos”.

“Los discapacitados somos humanos”.

“No reconocemos al laborismo bajo Keir Starmer”.

Desde hace tiempo el electorado se libró de las lealtades incondicionales votando en cambio por quienes creen que defienden sus intereses o en contra de los que lo han defraudado. La incertidumbre política e incluso la turbulencia comienzan desde el electorado y determina la rebelión de diputados que antes habrían cerrado filas acatando la voluntad del primer ministro.

120 diputados se manifiestan contra los recortes en el bienestar que no desaparecieron ni siquiera con las concesiones: 328 votos en contra, 149 a favor de la reforma del bienestar, un recorte que afecta a los más vulnerables.

No es la primera rebelión en la historia del Parlamento, pero desde 1921 lo extraordinario es que haya estallado tan pronto y a pesar de contar con mayoría. No sólo eso, sino que la razón de la revuelta es de peso.

En la segunda vuelta la propuesta modificada para aplacar la rebelión es aprobada con 335 votos a favor, 260 en contra. Esto no resuelve el peligro: falta revisar lo que se votó y cabe esperar enmiendas que provocarán nuevos enfrentamientos políticos.

En el Parlamento la canciller Rachel Reeves se esfuerza por controlar el llanto, pero las lágrimas la traicionan.

Starmer aclara que el llanto de Reeves no tiene relación con la segunda vuelta en “U” ni con ningún problema dentro del gabinete.

“Cuestiones personales que no me corresponde comentar”, señala.

Lo cierto es que la canciller fue la última en defender una propuesta de la que dependían sus proyecciones económicas. La imagen de una alta funcionaria británica incapaz de controlar sus emociones asombra no sólo a los espectadores, sino también a los mercados ante la posible inestabilidad de la libra. Se teme el pánico fiscal. La única vía abierta es la fidelidad a los valores que distinguen al Partido Laborista y la honestidad de cara a los impuestos indispensables para asegurar los servicios públicos y la ayuda a los grupos más necesitados.

En efecto, la realidad es peor que la pesadilla sobre todo si el laborismo, presionado por la derecha nacionalista y xenófoba, imagina que reproduciendo sus palabras y hechos logrará frenar su avance. La pesadilla terminó. Ahora comienza la migraña.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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