Sobre las piedras del Templo Mayor, sangre. Febrero 28. Carnaval. 1525. Fecha del último gobernante de Tenochtitlán, el “único héroe a la altura del arte”, sentencia López Velarde. No el “águila que cae” (traducir es mentir); más bien “el que baja o bajó como águila”. Tortura y aniquilación para acabar cualquier insurrección.
A la escasa historia de esos sucesos la poesía escrita en el siglo XX —de Pellicer y el autor de “Suave patria”—, con imágenes de la lotería de Posada y los óleos de los almanaques de Helguera sobre el simbólico primer héroe nacional, quedaría un libro hermoso y útil para las nuevas generaciones, ciegas a su pasado, aferrados a un celular como única memoria...
Una muestra raquítica en el Museo del Templo Mayor recuerda los 500 años de la leyenda, mito e historia escasa sobre Cuauhtémoc. No basta. No alcanza a dimensionar la barbarie de aquella conquista sobre una Ciudad de México que en 2025 cumple sus 700 años de existencia. Escribe Pellicer: “Un águila se hirió…/Las estrellas oraban desde el mar de la Nada,/y el quetzal para siempre su canción apagó…” O: “tu cabeza desnuda se nos queda,/hemisféricamente de moneda”, responde López Velarde. Cuauhtémoc ha sido desde entonces símbolo de esperanza, que continúa…
En La tinta negra y roja. Antología de poesía náhuatl, del siempre recordado Miguel León-Portilla, leemos: “se nos puso precio./ Precio del joven, del sacerdote,/ del niño y de la doncella./ Basta, de un pobre era el precio/ solo dos puñados de maíz,/ solo diez tortas de mosco;/ solo era nuestro precio/ veinte tortas de grama salitrosa”. Los libros vienen a la memoria al cruzar la exposición insuficiente para entender la dimensión de la tragedia a la caída de Cuauhtémoc.
Pero así fue. Salvador Novo le hace decir a Cuauhtémoc en su pieza en un acto, a Moctezuma: “¿Vienen de paz, dices? ¿Por qué entonces se hacen escoltar por los tlaxcaltecas, tus enemigos de siempre?” Le recomendaba “destruirlos —antes que nos destruyan”. Moctezuma no oyó el consejo y sabemos lo que pasó.
Eso me sucede por ir de vez en vez al Templo Mayor. La soledad sabe a compañía. La historia nos conduce al silencio para entender los estallidos. Poesía, nunca ignorante...