El cine mexicano, en su "época de oro", reflejó la vida cotidiana de una clase media; amor y desamor, las rencillas entre las familias de abolengo emergentes, las aventuras de un par de amigos-enemigos y, en pocas ocasiones y desde una óptica cómica, la vida de la sociedad marginada citadina, a excepción de "Nosotros los Pobres", drama directo pringado por mensajes reflexivos y metafóricos. Sin embargo, dentro de estos filmes, encontramos rasgos populares, radiografías de los elementos que conformaban dichas épocas y personajes, los cuáles el día de hoy o poco sabes o, de plano, ignoramos.
Un hombre en edad madura, con una boina y un puro en la boca, mal humorado, refunfuñando por que le piden fiado y con acento extranjero, así eran caracterizados los españoles dueños de tiendas de abarrotes, estos personajes habían emigrado de su "madre patria" por diversos motivos; el primero, la posibilidad de crecer económicamente, la posibilidad de transportar productos europeos le daba un toque de importancia, en sabía de aceites de olivo, vinos, jerez, aceitunas, encurtidos, jamones y quesos. Para una sociedad en crecimiento, el poder consumir estos productos los elevaba en el estrato social, nada diferente a lo que podemos ver hoy en día, con la diferencia de que no eran fáciles de conseguir. Como segundo aspecto, la Guerra Civil española obligo a la salida de una gran cantidad de peninsulares, entre ellos muchos niños huérfanos, quienes fueron recibidos por órdenes del presidente Cárdenas.
Estos grupos, junto con los ya existentes en el país, mantuvieron vivas muchas tradiciones en esos años, algunas existentes hoy en día; las corridas de toros, por ejemplo, no sólo se adoptó como un espacio de esparcimiento y clase, sino pasó a las fiestas populares y de santos patronos en los pueblos, lo mismo con la pelea de gallos, de origen asiático. Las tiendas de abarrotes, como ya mencionamos, tuvieron tal impacto que formaron parte de esa pintura retratada en el séptimo arte.
El caso resulta curioso, pues, después de la independencia la percepción del español era de opresor, enemigo y persona no grata; por otra parte, ante el auge que vivía el país posrevolucionario, lo necesario era crear un consumo interno, dar paso al mestizo, como emblema nacional, y al indígena como ícono de los antepasados. Sin embargo, la entrada a todo tipo de influencias extranjeras marcó la pauta de avance, además del legado cultural aprendido durante el Porfiriato.
Finalmente, aquel hombre emperifollado, quien en estas fechas colocaba en las vitrinas de su negocio los arcones navideños, dejó no sólo una imagen de los productos buenos ultramar, de igual forma, colocó en el escenario del buen gusto, la predilección de los enlatados, embutidos, en conserva y hasta fermentados, como el vino, en el paladar inconsciente mexicano.