La apertura de un negocio enfocado en la venta de alimentos y bebidas puede llegar a ser muy tentadora para cualquier emprendedor. Durante el proceso se piensa: ¿qué se va a vender?, ¿qué se necesita para prepararlo?, ¿en cuánto se va a ofertar?, etcétera. Mientras estos cuestionamientos se van resolviendo se busca el mobiliario tanto para la cocina como para lo que se considera “el salón”, que es el espacio destinado para las sillas, mesa, entre otros. En algunos casos es planteada la decoración, ¿el florero se ve mejor en cada mesa o es mejor un macetón grande en la entrada?; por otro lado ¿la mantelería debe combinar con las paredes o es mejor un color neutro para no padecer? en fin, todo un rollo que poco a poco, en el mejor de los casos, va tomando forma.
Conforme pasan los días los gastos cada vez son mayores, porque no se toman en cuenta detalles que a la larga no sólo tienen valor elevado, sino que son prescindibles para la apertura: que si un bloc de notas, utensilios de cocina, cambio para la caja chica, etcétera. A simple vista insignificantes, pero esenciales al momento de atender al comensal o preparar alimentos. En muchas ocasiones no se tiene una visión concreta acerca del confort que se merecen los clientes, y donde perspectivas como desocupar las mesas lo más pronto posible está, hoy en día, fuera de foco, ya que un consumidor mal atendido repercute hasta en 13 personas, pues la opinión de boca en boca tiene mucho valor. Es recomendable tener en cuenta los gustos aproximados del mercado, desde el uso de colores hasta el tipo de música a presentar, o mejor dicho la animación y ambientación, porque no es lo mismo vender golosinas con un fondo musical de opera clásica u ofertar café con rock pesado a alto volumen, es mejor llegar a un punto medio, desde un jazz, bosa nova o música pop, dejando de lado nuestros gustos musicales por un momento, aunque esto represente un gran sacrificio.
Un buen lugar no debería ser visto como “el que está de moda”, a donde todo mundo va para sacarse la foto o firmar el libro de visitas, es aquel donde uno pueda sentirse a gusto, sin importar quién está en la mesa contigua o cuantos me observan desde afuera, lo meramente importante es la sensación que nos quede en el paladar, la vista, el olfato y el oído, dándonos motivos para regresar pronto. Estos son algunos de los puntos a tratar antes de emprender el viaje culinario. Sin embargo, el compromiso es de ida y vuelta, el acto de reconocernos como humanos entre comensales y prestadores del servicio es más que fundamental, nada compara un buen momento entre amigos o familiares cuando, también, se respetan las horas de cierre y descanso por parte de los establecimientos, así evitaremos sentirnos “echados” de un lugar por hacer caso omiso de las normas y reglas laborales.