Los libros de historia hacen justicia de los guerreros, dirigentes y pensadores. Con gran elocuencia se relatan las grandes batallas, la firma de acuerdos o la presentación de ideas que rigen hoy el mundo. Cuando hablamos de fogones y sartenes se puede leer acerca de los excelsos banquetes romanos, los recetarios innovadores y el cómo se construyó la alimentación, de la cual se nutriría la futura gastronomía.
Del mismo modo aparecen los escritores, aquellos que dedicaron sus plumas a transmitir y dar a conocer la magia de la comida. El nombre de Joseph Favre aparece en la escena, un chef suizo que, ante la necesidad del momento, tomó papel y pluma y trazó las líneas de la culinaria mundial. Joseph Favre fue un cocinero que, conforme a la época, perfeccionó sus habilidades trabajando para familias recatadas en Suiza, Francia, Inglaterra y Alemania. Curiosamente este personaje también incursionó en la política, formó parte de la Federación del Jura, el ala anarquista de la Asociación Internacional de Trabajadores; sin embargo, poco a poco regresó a los senderos culinarios.
Tiempo después daría inicio un proyecto nunca visto; en 1878 publicó el primer escrito culinario hecho por un chef. Una revista semanal que culminó, aproximadamente, en 1884. Bajo el nombre de La Science Culinaire, Favre tuvo la intención de difundir la alimentación saludable, el uso de ingredientes frescos y los beneficios para la salud. Palabras van y vienen, y sin mayor intención nuestro personaje es uno de los referentes en el éxito de la comida francesa. Pero, de manera indirecta, su legado alcanza uno de los escenarios que hoy por hoy tiene como objetivo este espacio, el periodismo gastronómico.
Una rama que poco a poco busca su lugar, tanto en los medios tradicionales como en los espacios digitales. Con el objetivo de preservar y destacar, es momento que los libros de historia, de la gastronomía, se avoquen a los anónimos, como el mencionado Favre.
