En incontables ocasiones nos hemos visto en la necesidad de tomar una decisión en cuanto a alimentación nos referimos, por ejemplo, al arribar a un restaurante y posteriormente de que el mesero nos ha entregado el menú debemos elegir, si es ensalada o sopa, si el maridaje es el correcto con el plato fuerte que pienso pedir, de beber será correcto el vino francés o un chileno ser mejor; toda una discusión con el ego, quien al final decidirá la “mejor” opción en cuanto a “buen gusto” se refiere y evitando caer en la penosa ignorancia, bastante enjuiciable para el ego ante la sociedad.
Pero ¿en realidad existe el “buen gusto”?, frases como “con clase” o “refinamiento” ¿son parte de nuestro vocablo diario? Cabe recordar que gusto lo podemos definir desde diferentes puntos de vista, como por ejemplo, son aquellas prácticas que nos resultan de interés, agradables y nos brindan un placer al realizarlas, dentro de estas actividades tenemos un gusto por sus características, llámese colores, formas, etcétera; pero en el caso de “degustar” el significado arrastra una connotación afectiva forzosa, ya que al probar algún alimento lo clasificamos como agradable o desagradable y le damos un carácter subjetivo, y es nuestro juicio y nivel de agrado el que nos permitirá consumirlo o rechazarlo, cada individuo tiene derecho a realizar esta categorización, tomando en cuenta que por cada persona existe un código diferente no podemos creer que exista un “buen gusto” sino muchos “gustos”, todos válidos y fascinantes.
Pero ¿quién tuvo la idea de marginar sabores y anteponer sus “gustos” como los mejores?
Dentro de toda sociedad existe una delimitación de clases o castas, en las cuales se depositan ciertas laboras o roles de vida, en muchas ocasiones de manera autoproclamadas y en otras por elección popular, y, de las cuales, surgen los modelos a seguir por ser considerados como “correctos”, deviniendo en normas o leyes, y que con el paso de los años llegan al punto de ser costumbres. Estas “clases dirigentes”, son responsables de seleccionar, de manera arbitraria o subjetiva, los modelos a seguir inspirados en la misma sociedad, por ejemplo, retomando platillos típicos como el pozole y lo exhiben en los lugares que ellos anteriormente han seleccionado como los “mejores”, dándoles no sólo un categoría de “gourmet” sino además elevando su precio, por el simple hecho de considerarlos de su “gusto”, mientras que el resto de los platillos conserva su estatus de “sin clase” y para aquellos que los consumen considerados “ignorantes” implicando así un racismo. En lo particular podría decir que ¡viva la ignorancia! Porque, ¡que ricos son los pambazos!