En alguna ocasión escuché a un amigo funcionario público decir que era imposible cobrar impuestos a quienes él denominaba “los informales”. Al preguntarle por qué, la respuesta fue que, si él les iba a cobrar, lo iban a golpear y, por no estar bancarizados, no veía otra forma de cobrarles que no fuera en persona. Su convicción de derrota era tan clara como su aparentemente impecable diagnóstico. Sin considerar, por supuesto, que toda su reflexión estaba errada, porque lo que él describió no es la informalidad.
¿Qué es entonces la informalidad? Es un fenómeno que debemos desmitificar. La informalidad económica se divide en dos categorías principales: la de los empleados y la de los pequeños propietarios. Consideremos, por ejemplo, a un vendedor de lentes chinos en un mercado. Este individuo, que es considerado por todos como un comerciante informal, en realidad de comerciante no tiene nada: él es un empleado; es empleado de un mayorista que es quien, legal o ilegalmente, importa el producto para distribuirlo a través de estas personas. Lo que toca formalizar es la relación laboral entre el señor y su jefe mayorista.
Hay un segundo tipo de informalidad, que es la que se observa en personas como la vendedora de comida en la vía pública. Ella, al trabajar por cuenta propia sí es una pequeña comerciante, pero al operar fuera de la economía formal, enfrenta desafíos que la mantienen en la zozobra permanente, frente al peligro de que la asalten, la falta de acceso a crédito o el riesgo de que una enfermedad la quiebre, al no tener seguridad social. A ella hay que formalizarla a través de sistemas de pago indirecto de impuestos, que le den herramientas para enfrentar esos retos.
En este punto es donde el estado y su materialización administrativa, que es el gobierno, debería entender que formalizar la economía no es una exigencia aislada de los empresarios, sino una medida que beneficiaría a dos sectores no empresariales: a las clases marginadas y al propio gobierno. A las primeras porque, al regularizarlas ya sea laboral o tributariamente, incluso si los impuestos son indirectos, cotizarían a la seguridad social y ello les daría acceso a una calidad de vida que nunca han conocido y que, si las cosas no cambian, nunca conocerán. Al gobierno, algún grado de formalización también le ayudaría porque le permitiría recaudar más impuestos, para contar con más presupuesto, que le permita hacer más cosas, para más personas: un círculo virtuoso de bienestar financiero y personal que todos agradeceríamos.
Yo por lo pronto agradezco algo distinto: la oportunidad que tuve esta semana para exponer esta opinión como conferencista magistral en los foros de consulta para la preparación del Plan Estatal de Desarrollo. Y aquí dejo la participación formal de tu Sala de Consejo semanal.