Política

Ninguneados

A partir de hace muy poco tiempo se ha gestado una situación que el común de los mexicanos abomina: ver a los soldados vejados, ninguneados, jaloneados, apaleados por sus iguales o por el pueblo, por el simple hecho de vestir un uniforme o el atuendo que los hace diferentes de sus golpeadores.

Hombres de rostros humildes, duros, sin sonrisa, que cargan a cuestas su desesperanza y la llevan a todos lados colgada de su obediencia ciega, a lugares en donde son recibidos con injurias y con palos que no sirven sólo para amenazar, sino para golpear al ritmo de palabras altisonantes y de gritos cargados de odio.

Las redes sociales exhiben videos tomados con celulares, en los que se aprecia cómo empujan a los uniformados, que en el hombro lucen la bandera con los colores de la sandía y cómo arremeten contra ellos con palos y con gestos inmisericordes. Los agresores intuyen que no hay riesgo; que una orden superior dispuso que soporten los denuestos.

Esos señores ultrajados son pueblo que se mueve del lado bueno, del lado que defiende a sus hermanos de los malos, puestos ahora en el mismo plano que aquéllos, desde que se reconoció que también son pueblo y por lo tanto, los primeros no deben ser utilizados para reprimir a los segundos. Pero en cambio, si permitir que sean golpeados.

Tal es la moda. Ahora, desde el alto mando se insta a los varones de la droga a portarse bien por el amor a sus madres. Muchos mexicanos sabemos que quienes se enrolan en las actividades delictivas, lo hacen porque es la manera más rápida de salir de la pobreza que ha envuelto sus vidas desde siempre.

Aceptan ese cambio drástico en su quehacer, porque es una forma de complacer los deseos inalcanzables de su madre o de sus padres pobres. Saben que corren un altísimo riesgo de perder la vida o la libertad en el mejor caso, a manos de otros como ellos o de las autoridades.

Otros ni en sus madres piensan. Huyen de sus casas para siempre, con la esperanza de encontrar un quehacer de lo que sea, que les permita mudar su suerte, de menos a más, de manera acelerada. Existe un medio que los acepta sin más requisitos que su valor, su decisión y su obediencia.

Hace algunos años decía un policía, respecto a los derechos humanos recién traídos: no podemos dirigirnos a un delincuente con palabras suaves y educadas como: “¿señor malhechor: tiene usted la amabilidad de subir a mi patrulla para llevarlo al Ministerio Público?”

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Armando Ríos Ruiz
  • Armando Ríos Ruiz
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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