Cuarenta años han transcurrido en la vivencia mutua de una amistad con buenos sentimientos y experiencias; ideas compartidas en tiempos de tenacidad y cometidos a través de la música. Coincidencias y encuentros en común y aun en diferendo, queriendo atesorar en la memoria el retrato de este hombre buen amigo, y un poco más, como figura del personaje que encarnó como músico, maestro universitario y compositor.
Definen estas palabras los rasgos de Víctor Manuel Medeles (1943-2009), notable artista oriundo de su entrañable pueblo Ajijic, Jalisco, tocado por las aguas y los vientos de la Rivera de Chapala, moldeado a la tierra que eleva su tejedura materia por los montes que ven trazar la fisonomía de este litoral de singular atavío. Hoy quiero recordarlo así, a una década de su fallecimiento. Porque supo amar a su terruño y a su gente; así nomás se le notaba la querencia por regresar y estar allí, con los suyos: su esposa, los hijos; amigos, sus colegas músicos con quienes estuvo siempre de las veces haciendo lo mejor por lo propio. Dejó establecida una escuela de música, formó una orquesta de cuerdas, un coro de voces, y lo más valioso: su propia obra, sus partituras que se guardan como un legado para continuar perpetuando su nombre bajo el signo de la creación.
Cuatro décadas me hacen evocar su presencia, cuando lo conocí en el año 1979 estando en la ciudad de México. Él había concluido tiempo atrás sus estudios en la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara, teniendo como guía en los inicios de la composición a los maestros Domingo Lobato y Hermilio Hernández, decanos de la creación musical en Jalisco.
Ahora había que emprender su perfeccionamiento en las nuevas técnicas de composición y que justo supo encontrar en un medio propicio de la capital del país para descubrir y ejercer en un ambiente altamente estimulante para un joven músico, como lo era en aquel entonces Víctor Medeles, cuando decide ser parte de este movimiento cultural de la vanguardia de los años 60 y 70.
Recordemos que recién estaban lanzando sus manifiestos de ruptura artistas de la talla de José Luis Cuevas y Manuel Felguérez en pintura; José Agustín y Gustavo Sáinz en literatura, mientras que en la música Manuel Enríquez y Héctor Quintanar hacían lo propio rompiendo con el dogma estético del Nacionalismo para inaugurar en nuestro país las nuevas corrientes de la composición contemporánea.
En medio de esta ebullición y riqueza cultural se ve tocado el carácter de Medeles, quien de inmediato se adhiere al capítulo del Avant-garde, irreverente suceso de aquellos tiempos y cuyo entorno alimentó su espíritu creador con sonoridades igualmente inéditas. El deseo permanece en su música como un continuo de su propio reflejo.