Con el ánimo puesto y dispuesto en comenzar un buen día pleno de verano vacilante entre calor y lluvia, certeza e incertidumbre pandémica. Mi primer café matutino apenas si despierta los bostezos que dejé ocultos debajo de estas sábanas somnolientas.
Mis perros, igual garabatean su ritual saludo que reafirma lealtad; aquí bien explícita, contraria de aquella fidelidad/infidelidad humanas que tanto cuestionan y reprueban algunos mirando los espejos de nuestra existencia en vidas cruzadas de encuentros y desencuentros, de ida y vuelta, de luz o de obscuridad; lo blanco y lo negro, el bien y el mal…
Qué pobre dilema en haber reducido toda posibilidad de riqueza existencial a dos dimensiones únicas como contraste de una dualidad inquebrantable que no permite los matices temperamentales, como sí ocurre en el discurso de una sonata de múltiples voces que define su canto polifónico, del modo en que lo escuché en voz y presencia de un ángel imaginario en su esencia femenina: bello sueño humedecido que con un beso dejó este toque, este matiz en una variación por el destino de este diario personal. (Sólo bastó una mirada para cambiar al mundo, evocando al poeta nuestro de siempre).
¿Qué ideales estarán aun por emprenderse?, ahí donde algunos pronostican pereza mental, catastrofismos (palabra, ésta, muy de moda); fractura de estructuras que por décadas parecían intocables y que ahora tomó a todos los poderosos de la economía en el quinto sueño de su riqueza, ahora vuelta pesadilla que en medio de la noche desvela su orgullo de grandeza.
Aquí, en cambio, las cosas simples se transforman en grandes ilusiones: los amigos, nuestros libros, las historias; crónicas que nos cuentan con esa pasión que bien recuerda el valor aun existente y persistente en su discurso pleno de humanismo, que a la vez reafirma las múltiples voces del arte y la cultura como expresiones donde el sentimiento y el pensamiento sean capaces de transformar estructuras sociales para otorgarles esa diversidad en que podemos teñir nuestra existencia.
descubrir las distintas maneras de contar relatos, una leyenda. Y con todo, no perder nuestra capacidad de asombro, como un beso nocturno que por un solo instante iluminó ese breve espacio.
Son días de guardar, lo vaticinó el buen Carlos Monsiváis en esas crónicas urbanas que acumulan cincuenta años de cambios culturales y aún desconocidas sensibilidades sociales, “versando sobre la realidad cotidiana, o el descubrimiento de lo inadvertido, donde un evento de masas se convierte en el pretexto ideal para la reflexión crítica”, tal y como se nos presenta la realidad hoy en día. Y es apenas mi primer café matutino.
