En 1879, Guy de Maupassant era un burócrata ineficaz del Ministerio de Instrucción Pública de la Tercera República Francesa a quien sus superiores calificaban de flojo y ordinario. Era también un aspirante a escritor que trabajaba por las noches y cuya prosa era tan ordinaria como lo era su propia existencia: carecía, para su desfortuna, del genio de un Gustave Flaubert, su maestro, o del brío de un Émile Zola, con quien también departía a menudo. Todos ellos lo acogían e incluso lo estimaban, pero lo hacían con un amor condescendiente, como el de un padre con un hijo de talento malhadado.
En diciembre de 1879, Maupassant concluyó también “Bola de sebo”. Cuenta Paul Morand, uno de sus biógrafos más esmerados, que toda Francia leyó “Bola de sebo”. Este cuento, explica Morand, revestía una revancha de los franceses contra Prusia, que había vencido de manera implacable poco años antes en la guerra de 1870. Prusia ocupó París, así como el oficial prusiano asaltó a la pobre heroína del relato.
La anécdota es harto conocida: un grupo de habitantes encuentra salvoconducto para romper el sitio de la ciudad de Ruan y huir a El Havre. En ese grupo conviven aristócratas de medio pelo y burgueses por igual, junto con un curioso republicano, dos religiosas y una prostituta por todos conocida. Ella es Bola de Sebo y, aunque padece de la severidad moral de sus acompañantes, permanece generosa: así, cuando los viajeros sufren hambre, Bola de Sebo comparte su colación y es toda sonrisas con aquellos que la desprecian.
El carruaje se detiene en una posada y el oficial prusiano a cargo impide que sigan con su trayecto salvo con una condición: que Bola de Sebo acepte pasar una noche con él. Ella se niega por razones patrióticas. Los acompañantes la urgen a rendirse, toda vez que a eso se dedica y es necesario para que procedan con su itinerario. Bola de Sebo claudica. Al día siguiente, ya de camino a El Havre, los pasajeros abominan de Bola de Sebo y se rehúsan a compartir sus alimentos con ella.
Hoy, la coalición occidental apremia a Ucrania de tres formas. Hay ofuscados que sugieren combatir hasta el final; otros, más cautos, apuntan por extender la guerra hasta alcanzar una posición de mayor fuerza para negociar; los menos, Henry Kissinger entre ellos, reclaman ofrecer una salida a Putin (cesión territorial incluida) y acabar de una vez por todas con el conflicto. Ucrania es Bola de Sebo. Resistirá por sus propios medios; saldrá por pie propio; y, decida lo que decida, no se le dejará de atacar.
Antonio Nájera Irigoyen