Cultura

Silencio

  • Vicio Impune
  • Silencio
  • Antonio Nájera Irigoyen

“Nada es más real que nada” —apuntó Samuel Beckett en una de sus obras francesas. Como los silencios en una partitura musical, hay ausencias que significan y que es preciso tener en consideración. Así, por ejemplo, tras su remodelación de 2009, el Museo de la Acrópolis de Atenas destinó una sala para la exposición del estado que mostraba el Partenón hacia el siglo V a. C., muchos años antes de su destrucción. Para ello, en un espacio con el mismo número de columnas y medidas, se dispuso el friso, las metopas y los frontones del edificio original visto desde los cuatro frentes. De tal modo el visitante puede ver una feliz recreación del Partenón ateniense con aquellos fragmentos que sobreviven en Grecia.

Porque a diferencia de otros grandes museos nacionales, el Museo de la Acrópolis no alberga una numerosa colección: a lo largo de varios siglos, viajeros europeos se dieron a la tarea de expoliar sus tesoros y ahora yacen en galerías de Londres, París y Múnich. Lejos de sustituir estas piezas originales con réplicas, el museo ha resuelto felizmente la desaparición de una buena porción de su acervo: ha dejado vacío el lugar que le corresponde, y se ha limitado a indicar si la pieza robada yace ahora en el Museo Británico o en el de Louvre.

Existe otro caso. En 2014, la Neue Gallerie de Nueva York inauguró la exhibición “Arte Degenerado: el ataque al arte moderno en la Alemania nazi, 1937”. El nombre de la muestra aludía a otra, organizada por el Tercer Reich, en la que se reunían 650 obras de arte confiscadas por el Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda. El propósito de la exposición, que el título acaso dejaba fuera de dudas, era revelar la “decadencia” y el “espíritu enfermo”, “judío-bolchevique” e “inferior” de esas piezas, frente a la pureza del arte antiguo y la grandeza del carácter alemán.

Entre los artistas defenestrados figuraban grandes nombres como Max Ernst, Paul Klee o Max Beckmann. Algunos de ellos —judíos en su mayoría— fueron exterminados en campos de concentración y sus obras padecieron el mismo destino: se extraviaron o destruyeron, según fue el caso, y fue imposible exponerlas en la exhibición de 2014. Así como el Museo de la Acrópolis, la Neue Gallerie encontró solución y, sin sentimentalismo pero con sensibilidad, dejó marcos vacíos en el montaje de la muestra, acompañándolos únicamente con la ficha técnica de la obra. Ya lo ha dicho James Joyce: “la ausencia es la forma más alta de la presencia”.

Pero hay otras desapariciones —más delicadas y dolorosas— que poco importan. Entre el 20 y el 22 de mayo pasados, ocho mexicanos desaparecieron en Jalisco. Otra vez eran jóvenes y, por ello, otra vez se les vinculó con actividades ilícitas. Sin empacho, se señaló rápidamente que estos trabajadores de un call center servían más bien a fraudes inmobiliarios y extorsiones telefónicas. Ignoro si esto es cierto; para el caso, da igual: es escandaloso que una vez más se justifique la ausencia de muchos por las ocupaciones a las que supuestamente prestan su vida. El delincuente, si lo es, ha de parar en la cárcel —no en la oscuridad de las fosas que pululan en este país.

Hace unos días, el 1 de junio, encontraron ocho cuerpos con características similares a las de los desaparecidos. Ayer, por desgracia, se confirmó la identidad de uno de ellos. Cada vida malhadada es un vacío: como el silencio en música, una nota que no se ejecuta.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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