En 2018 se cumplió el bicentenario del nacimiento de Karl Marx. Entre círculos liberales, la nota no fue necesariamente el onomástico, sino el artículo incluido en **The Economist donde, contra todo pronóstico, se insistía en la vigencia del filósofo prusiano. Con ello, la revista liberal **par excellence se proclamaba receptiva a los diagnóstico de izquierda—que no las soluciones— de cara al siglo XXI posterior a la crisis de 2008.
Como la apuesta de Pascal, **The Economist parece conceder que, aunque es imposible saber con certeza si Dios existe, lo racional es apostar que sí. Apostar al marxismo, aun cuando sus probabilidades se revelen extremadamente pequeñas, se recompensará por la enorme ganancia que se obtendría en caso de que se instaurase en el mundo. Y ganaríamos no la gloria eterna; acaso, en el mejor de los casos, una sociedad menos desigual. **The Economist no da un paso en falso al aceptarlo.
La revaloración de Marx, de la academia a las revistas culturales, contrasta con el olvido de Edmund Burke. Discreto — aunque persistente, como todo verdadero olvido— , el desgano frente a Burke dice más sobre nosotros, sus lectores, que sobre el pensamiento del irlandés. Cada vez se le lee y discute menos. Porque sin edicto de por medio, se ha incluido a Burke en el **Index librorum prohibitorum; y así, sin que rechistemos, se le ha querido convertir en una caricatura de lo inmóvil, lo estático y lo inalterable. Burke fue conservador, sin duda, pero no se le puede endilgar ninguno de los epítetos anteriores. Fue aburrido pero nunca idiota.
Uno de sus más célebres detractores fue precisamente Marx, quien lo tildó de “sicofante” y “absoluto vulgar y burgués”. Y acaso tenga razón en lo psicológico; no obstante, cosa distinta sucede con los argumentos de Burke: pueden mostrarse solidificados por su defensa de la tradición, mas no exentos de penetración y un espíritu inquisitivo. Como Marx, creía en un par de cosas con firmeza y las defendió hasta donde le fue posible. Y a ambos se les teme sin leerle, como al diablo sin conocerle. El odio a Burke, como a Marx, es más producto del lugar común que de una lectura sistemática.