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Ceguera

  • Vicio Impune
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  • Antonio Nájera Irigoyen

Hacia octubre de 1918, el Imperio Alemán de Guillermo II se encontraba bajo asedio. Apenas un año antes, Estados Unidos había ingresado a las hostilidades como “poder asociado” y , con el envío 10 mil soldados diarios a Francia, comenzaba a revertir las grandes derrotas aliadas como las del Somme. Esta resistencia devino pronto en tímidas victorias aliadas —Verdún, Cambrai y Messines— , para convertirse finalmente en una contraofensiva en toda regla. En breve, se habían recuperado Bagdad, Mosul y Jerusalén en el Oriente Medio, al tiempo que las Potencias Centrales caían en Galitzia y Caporetto.

Tras la llegada de los bolcheviques al poder y la firma de la paz de Brest-Litovsk, el emperador Guillermo II encontró razones para creer que su causa era todavía posible. Desafanado del frente oriental, confiaba en poder concentrar sus esfuerzos bélicos en el centro de Europa donde la derrotas austrohúngaras comprometían cada vez más la posición de las Potencias Centrales. Pero, como bien sabemos gracias a Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios, y la lapidaria del Reich Alemán no podía llegar sino por esa vía.

Desde enero, los centros industriales alemanes habían comenzado a padecer protestas masivas y huelgas generales que llegaron a concentrar incluso el millón de personas. Se exigía cada vez con mayor ahínco el fin de la guerra —y ello ofreció un momentum para que las dos fuerzas antibelicistas, el Partido Socialdemócrata de Alemania y, más aún, Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, estuvieran en posición de negociar con el Alto Mando no sólo la paz sino algo superior: la abdicación del kaiser.

Ocurrió entonces el levantamiento de los marineros en el puerto de Kiel que, en su propia toma de la Bastilla, liberaron a los presos de la ciudad y tomaron el control de las instalaciones públicas. El ánimo revolucionario se esparció velozmente por toda Alemania y, mientras en Baviera se proclamaba la república, la Liga Espartaco pujaba por un levantamiento generalizado. Pero los consensos, lo sabemos, siempre se alcanzan en el centro, por lo que la socialdemocracia, siempre desafecta a las grandes aventuras, había de tener la última palabra.

La negociación quedó en manos del diputado Friedrich Ebert y el canciller von Baden. El primero, tras no lograr alcanzar un acuerdo con Guillermo II, convocó junto con los socialdemócratas a una movilización masiva la noche del 8 de noviembre. Al día siguiente, en un último intento por sobrevivir, el emperador envió un regimiento a controlar los disturbios. Era tarde: el cuerpo militar entró en desacato y entregó el mando al partido Partido Socialdemócrata de Ebert. El 9 de noviembre, Guillermo II de Alemania, de la casa Hohenzollern, presentó su abdicación al trono.

¡Y pensar que había tenido tantos años para prever lo que ahora parecía inevitable! Refiere el conde von Kessler, sin embargo, que todavía en sus últimos días de reinado era imposible convencer a Guillermo y a su esposa de que los socialdemócratas no se alimentaban de niños.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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