Cultura

Las vidas de SING SING

  • La pantalla del siglo
  • Las vidas de SING SING
  • Annemarie Meier

Las películas y series “de cárcel” suelen narrar historias de colectivos, describir relaciones de poder, alianzas secretas, anhelos y planes de fuga. Al ubicarse en una cárcel y mostrar los conflictos de presos, a menudo también incluyen reflexiones acerca de la justicia, el sistema legal, el aislamiento y el sueño de libertad. El filme estadounidense SING SING –nombre de la cárcel de alta seguridad cerca de Nueva York– realizado por Greg Kweder, combina varios de estos elementos pero sobresale por un tema que cohesiona el relato: La fuga interna y espiritual de la cárcel a través de un taller de teatro que le permite a un grupo de internos crear personajes, convivir y colaborar con los demás en la creación de una obra de teatro para un público dentro y fuera de la cárcel.

Basado en el libro de Davis Bentley, publicado en 2005, Greg Kweder y su coguionista Clint Bentley adaptaron la observación de una etapa del proyecto de “Rehabilitación social a través de las artes”, impulsado por el preso John “Divine G”, quien estuvo internado 25 años por un asesinato que, según asegura hasta hoy, no cometió. El seguimiento de las distintas etapas del proyecto observa desde el trabajo colectivo hasta los cambios individuales que viven los participantes. La selección de actores, la formulación de la idea, la construcción de personajes, la definición del género dramático, así como los ejercicios y ensayos hasta la representación de la obra frente al público, permiten abordar la diversidad de hombres, grupos raciales, sociales, historias y conflictos que conviven en la cárcel.

Como espectadores experimentamos el proceso de formulación y los ejercicios de actuación como si participáramos en el proyecto. La propuesta de personajes, conflictos y trama remite tanto a clásicos como a obras de horror y ciencia ficción. Hamlet y el Rey Lear de Shakespeare están tan presentes como Robin Hood, el asesino de Halloween y los zombies. El estilo documental con cámara en mano y la observación de miradas y gestos del rostro transmiten los estados de ánimo, los dilemas y angustias de los personajes que, en su mayoría, están representados por hombres sin experiencia actoral que han vivido encierros de varios años.

El proceso de construcción de la obra, los ejercicios y ensayos dirigidos por un dramaturgo externo, nos revelan características individuales y sociales de un puñado de presos que pertenecen a distintos grupos étnicos y clases e interpretan roles masculinos –asumidos o creados– como conducta social o mecanismo de defensa. Comentarios como “la regué”, “no soy más que un gangster aquí y fuera de la cárcel” o “mis hijas no me quieren ver” son confesiones dolorosas al igual que el silencio con el que miran detrás de una ventana protegida con malla, el triste panorama exterior.

La sensibilidad con la que Domingo Colman interpreta a John “Divine G” y su relación con Clarence (Clarence Maclin) lleva a reconocer que la vida se vive al mismo tiempo como experiencia íntima e interpretando distintos roles frente a los demás. Teatro y otras disciplinas artísticas son vivencias liberadoras y unificadoras. Un hecho que también observamos en el impactante documental tapatío “45 días en Jabar” (2019) de César Aréchiga, que observa un taller de pintura con presos en Puente Grande, Jalisco. Hay que volver a verlo.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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