Hacia el final de su documental Rostros y lugares (Visages villages 2017) la realizadora Agnès Varda viaja en tren de Francia a Suiza para visitar al realizador Jean - Luc Godard con el que estuvo ligado por muchos años a través del trabajo y una profunda amistad. Varda y el fotógrafo francés JR caminan por la pequeña ciudad de Rolle a orillas del lago de Ginebra, llegan puntuales a la casa de Godard y tocan a la puerta. Nadie les abre. Decepcionada y enojada Varda descubre una nota escrita con plumón negro en el vidrio frente a la puerta. Godard le puso el nombre de un restaurante en París donde solía comer con Varda y su esposo Jacques Demi, quien murió en 1990. También le dejó escrito el título de un filme de la directora. Varda se desploma y con lágrimas en los ojos comenta a JR: Si me quiso hacer daño y poner triste, lo logró. Saca un plumón, escribe una respuesta debajo de la nota de Godard y cuelga una bolsa con brioches en la puerta de la casa. El filme termina con Varda y JR sentados en una banca y mirando al lago.
Rostros y lugares fue el último filme de Varda quien falleció en 2O19. No creo que ella y Godard se hayan vuelto a ver ya que Godard en los últimos años de su vida casi no salía de su casa. Por cierto, no cité la última secuencia del filme para hablar de la vida de Godard sino para mostrar cómo era, trabajaba y se comunicaba: Directo, coherente y contestatario como hombre, creador y pensador. Esas características, a menudo incómodas para su entorno, marcaron su vida (y muerte), su obra, sus convicciones político-sociales y su filosofía del cine. Desde su época de crítico para Cahiers du Cinéma, sus primeros cortometrajes y el filme Sin aliento (A bout de soufflé 1960), las más de cien películas entre documentales y ficción, sus lecciones y reflexiones sobre cine - escritas y grabadas en video (por ejemplo Historia(s) de cine) -, su activismo, cámara en mano e integrado a un colectivo, y su convicción de que el cine no es sólo “imagen en movimiento” sino pensamiento y manera de captar nuestra época y memoria.
Como eterno enemigo de la cómoda seguridad – uno de los valores sumamente apreciados en Suiza – trasgredía continuamente las convenciones, reglas y rituales de la convivencia y la comunicación. Y lo hizo también con sus películas. Donde las reglas del montaje dictaban que había que construir una narración continua fluida, Godard provocó con ofrecer fragmentos de una historia, romper el eje y poner a sus actores a abandonar su rol de personajes y dirigirse directamente al público. Como ejemplo basta volver a ver Sin aliento: Entre los fragmentos de historia que muestra el filme, en un momento del viaje en el coche robado, el personaje-actor Belmondo se voltea hacia la cámara y se dirige con algunas palabras al espectador. En otra escena, el protagonista cae por la bala de un policía que parece haber jalado del gatillo del lado contrario. Pero Godard no sólo liberó el lenguaje del cine, también en los temas rompió convenciones y causó escándalos. Como el que vivimos en Guadalajara cuando se proyectó Yo te saludo María (1985) y la exhibición fue interrumpida por un grupo de fanáticos que provocaron un incendio. La libertad de temas y formas caracterizó la obra de Godard tanto en los filmes que firmó como director como en su cine de activista, cuando, cámara en mano, se unió al movimiento estudiantil del 68 para captar lo que pasaba en la calle.
En la secuencia del filme de Varda que describo al inicio, Godard rehusa servir de desenlace para una película que la directora realizó con un fotógrafo que, como lo hizo Godard en su juventud, no se separa de sus lentes oscuros. Con su mensaje en la puerta le recuerda que lo que los une es la memoria y las películas que han creado. Podemos estar de acuerdo.
Annemarie Meier