No existe la felicidad completa. Los pobladores de la rivera del lago de Pátzcuaro estaban muy contentos por la llegada de las lluvias luego de una sequía que disminuyó la cantidad de agua en el famoso lago de los charales, pero fue tanto lo que llovió que las fisuras en la cabecera de una de los edificios de la gran plataforma dañó seis cuerpos escalonados de Ihuatzio (la casa del Coyote en purépecha) que se vinieron abajo.
Esto pone en jaque a un Patrimonio de todos y muestra la fragilidad del patrimonio prehispánico en las inmediaciones de Mesoamérica.
Esto acaba de pasar, el INAH actuó rápido y está viendo con la aseguradora Agroasemex la forma de aplicar la póliza y contar con recursos para restaurar el edificio con una intervención integral.
Algo similar pasó en 2017 con el temblor que dañó algunos edificios de la gran plaza en Monte Albán, Oaxaca.
La zona arqueológica de Ihuatzio está cerca de la población con el mismo nombre, fue la primera sede del imperio purépecha y aliada más tarde de Tzintzuntzan y Pátzcuaro, en la misma rivera del lago de los charales y el pescado blanco, nunca fue dominada por el imperio mexica y cuando llegaron los españoles batallaron para aplacarlos.
Por ejemplo Tata Vasco de Quiroga, el gran defensor de los purépechas, fundador de ciudades, organizador de gremios de artesanos especializados en pueblos específicos: guitarras de Paracho, los “Diablitos” de barro de Ocumicho, muebles de madera de Cuanajo, calderos de cobre de Santa Clara… puso su iglesia primero en Pátzcuaro (el umbral del infierno), se movió rápidamente a Tzintzuntzan y tampoco se sintió a gusto, entonces diseñó y fundó Valladolid
Purépechas, pueblo de guerreros y de gente fuerte. Que aún venera al dios del fuego (Curicaueri) y la diosa de la luna (Karatanga) en Ihuatzio y recibe con recelo, aunque con educación a los visitantes el 1 y el 2 de cada noviembre, es el mismo que estaba triste porque no llovía y ahora está asombrado porque se desgajó un fragmento de su centro ceremonial.
Ellos guardan con celo el resultado de su sincretismo religioso, producto de cinco años de mestizaje, pero, al mismo tiempo, tratan de adaptarse al siglo XXI. Por ejemplo, colocan un gran arco con flores en el entronque de la carretera Pátzcuaro-Quiroga, que va a Ihuatzio, Cucuchucho y llega hasta Quiroga bordeando el lago, el resto del camino a Ihuatzio está señalado con velas prendidas, los habitantes permiten que los turistas compren primero el pan de muerto recién salido del horno en la panadería de la calle que va al cementerio y recibieron un tiempo con gusto a los visitantes a su festival e muertos en la entrada al cementerio de Cucuchucho; pero luego cortaron la carretera para que no llegarán más visitantes a ese poblado, o a Ucazanastacua…
A pesar de todo sonríen el fin de semana cuando regresan del mercado de Pátzcuaro, un grupo de señoras nos contaron en la camioneta colectiva rumbo a su Ucazanastacua:
“salimos de madrugada con todo el pescado y lo demás que nos dio la comunidad, fuimos al mercado y todo lo que ve lo conseguimos mediante trueque”.
En otra ocasión una familia nos invitó a rezar con ellos en su casa en la ladera de la isla de Janitzio.
Al final nos regalaron frutas de temporada.
En Tupátaro una joven de la comunidad nos mostró orgullosa los artesonados de la iglesia, bellísimos ejemplares de policromías en las vigas de madera del siglo XVII, y hemos contemplado los paisajes michoacanos desde el cerro aplanado que guarda a las Yácatas de Tzintzuntzan, o en el atrio de otro cerro aplanado, que sirve como enorme atrio de la basílica de la Señora de la Salud, en Pátzcuaro.
Sí, hablo de un pueblo maravilloso que vive tiempos difíciles por muchos motivos, pero que guarda con celo sus tradiciones y aunque sabe que hoy están tristes por algo y mañana la causade su tristeza será otra, no dejan de sonreír en la feria artesanal de la Plaza Tata Vasco en Pátzcuaro, mientras ven una representación de la Danza de los Viejitos con niños de la comunidad del embarcadero de San Pedrito, que sabe que la delicia de una cena con chocolate caliente y corundas no es eterna.
A su manera saben también en qué consiste el síndrome de Charlie Brown “la felicidad no es completa, ni es permanente”.