¿Cuánto cuesta la vida de un niño? Vamos, póngale precio. ¿Mil? ¿Diez mil? ¿Cien mil? ¿Un millón?
Lo invito —aunque la invitación pese como plomo— a que hagamos juntos un ejercicio de reflexión.
A que miremos a los ojos la pregunta y no le apartemos la vista hasta encontrar una cifra, por absurda que parezca.
Le replanteo: ¿Cuánto vale la existencia de un ser humano?
Ese día, Fernandito, un niño de apenas cinco años escuchó los gritos que taladraron la tranquilidad de su casa.
Salió en busca de su madre, pero el hilo frágil de la historia se rompió cuando dos mujeres, Ana y Lilia “N”, cruzaron la puerta y se lo llevaron como si fuera una moneda de cambio, una “garantía” por una deuda.
Su madre —una mujer que presenta una discapacidad que entorpece su habla y su defensa— había pedido mil pesos a esos prestamistas.
Sí, mil pesos: la cifra que, en el México de los abismos, puede convertirse en sentencia fatal.
Incapaz de pagar, vio cómo los agiotistas llegaron a cobrar no con recibos, sino con manos que arrebatan. Se llevaron al niño, lo sustrajeron de su mundo breve para convertirlo en prenda de cobro.
Los familiares cuentan que la madre buscó auxilio en dos agencias del Ministerio Público del Estado de México.
Primero en Los Reyes La Paz; después en Nezahualcóyotl. También tocó las puertas del DIF, pero la burocracia tiene el oído sordo y la vista distraída.
Nadie acudió. No fue sino hasta que un juez liberó una orden de cateo que ejerció la policía al irrumpir en el domicilio donde el pequeño estaba cautivo. Era el cuatro de agosto.
Lo encontraron en un costal, su cuerpo ya rendido a la descomposición. Tres personas fueron detenidas.
Este es el México del caos, el de los contrastes que desgarran, el de las preguntas sin respuesta.
¿Qué culpa tenía un niño de los pactos —buenos o nefastos— que hiciera su madre? ¿Desde cuándo mil pesos se volvieron una suma meritoria para arrebatarle la vida a un niño?
¿Qué harán las autoridades frente a esta monstruosidad que les respira en la cara?
El hallazgo nos duele a todos. Porque desde el momento en que lo sacaron de su casa, Fernandito dejó de recibir alimento y agua.
Días de abandono fueron seguidos de un golpe con un martillo en su cabecita que acabó con su muy breve historia, y todo por mil pesos.