El jueves pasado murió el sacerdote católico Gerardo Zatarain, un hombre dedicado en cuerpo y alma a su apostolado, a sus fieles y a pesar de que no ostentaba ningún cargo importante dentro del clero lagunero, encarnó uno de los misterios que persigue la institución religiosa:
La bondad -valor cada vez más carente en nuestras sociedades-.
Llegaba en moto a oficiar la misa en su parroquia, luego se enfundaba en la sotana blanca y su estola verde (en honor al equipo local de futbol del que era hincha hasta los huesos) y con Paloma, su perrita escuchando atenta "el sermón".
Cantaba desde el púlpito, pero si le daba la gana agarraba su guitarra, se unía al coro y a los fieles.
Zata, como lo ubicaba "la raza" fue muy querido por su gente en las diferentes parroquias en las que sirvió: San Juanito, la Catedral del Carmen, San José y su "mero mole", la Iglesia de Todos los Santos al interior del TSM donde ofreció misa desde el 2020.
Le gustaba la cumbia, los lonches y aficionado del equipo local de futbol, claro, nació en Torreón, lagunero pues.
Por desgracia, le pegó una afección en los riñones que lo deterioró severamente, las últimas semanas dicen que estuvo en la terapia intensiva de un hospital en donde le practicaban, cada tercer día, una hemodiálisis, eso definitivamente no era vida.
Su carácter hizo que fuera amigo de cualquiera que lo abordaba, "los cholos" y "los fresas", para todos tenía "verbo", fue mentor de muchos sacerdotes más jóvenes y ellos hoy la están pasando muy mal, todos pues.
"Zata" fue velado ayer en la iglesia de San José, la de mayor capacidad en Torreón porque fue "todo el mundo" a despedirse de un guía espiritual que dejó un legado de indulgencia, alegría y positivismo en la región, nos hacen falta más de esos personajes en la sociedad lagunera.
En algún momento me tocó entrevistarlo y la verdad es que sentí lo que dicen de él, un sacerdote "sencillote", "raza", de la pipol".
Nos vemos Zata y tú que andas por allá, dile al "güero Chuy" que nos asista siempre. Hasta siempre.