Es el 8 de marzo significa demasiado para quienes hemos abrazado la lucha feminista con convicción y sin temor, porque es en esta fecha que reconocemos el esfuerzo incansable de todas aquellas mujeres que sumaron con su lucha a lo que hoy se materializa en derechos para nosotras; el derecho a comer dignamente, a nacer con acceso a servicios básicos, a llegar a la universidad cuando una proviene de familia trabajadora, el derecho de vivir en paz.
En la historia sobran ejemplos, pues aunque el mundo se empecinó durante mucho tiempo en nublar sus nombres de los libros y los diarios, trascendieron por la firmeza de sus ideales y de su ejemplo. Sor Juana Inés de la Cruz, que rompió los roles literarios y sociales; Leona Vicario, quien entendió a la perfección la importancia de poner la información al servicio del pueblo; Adela Velarde, juarense, revolucionaria, quién nos demostró que el impulso de las ideas no basta, que se necesita la fuerza de la organización para lograr los cambios que anhelamos. Como ellas tantas mujeres brillantes que labraron un camino distinto, demostrando que las mujeres no somos delicadas, ni débiles, ni inferiores; no somos mitades. Desde tiempos inmemorables somos resistencia, memoria y caudal de inteligencia.
El feminismo por sí mismo tiene una naturaleza transformadora, especialmente cuando se ejerce desde todos los espacios, como es ahora en el primer gobierno paritario de la historia. Mujeres brillantes que encabezan los lugares de toma de decisión más importantes en donde por supuesto el objetivo principal es impactar positivamente en la vida de otras mujeres y asegurarles una vida libre de violencia. Porque nos duele ver a nuestra hermana acosada en el transporte público. Nos duele ver a nuestra madre preocupada porque la quincena no alcanza. Nos duele ver a las madres buscadoras en el desierto y en las calles de la ciudad.
Como pude externar en mi mensaje durante la conmemoración del Día Internacional de las Mujeres, si algo es verdaderamente feminista en México, es combatir la pobreza y la desigualdad, porque ambas tienen rostro de mujer. Lamentablemente nuestro país se construyó bajo la sombra del machismo, y ese patrón en las conductas sociales vino a aliarse perfectamente con el modelo neoliberal, ya que este no sólo privatizó los recursos naturales, las empresas públicas y las áreas estratégicas de la nación, también privatizó la vida y el cuerpo de las mujeres para reducirnos al valor del capital.
Especialmente cuando los salarios se precariza, y la corrupción, desigualdad y violencia estallan, las más perjudicadas somos las mujeres, tradicionalmente condenadas a cumplir esas tareas de cuidados en los hogares y, en muchos casos cumpliendo dos roles, dos jornadas, dos papeles. Por eso el combate contra la pobreza y contra la corrupción es una herramienta revolucionaria de la lucha contra la desigualdad de las mujeres. El feminismo y la izquierda siempre han caminado de la mano, por más que hoy los buitres quieran usarlo como medio electorero, de golpeteo o de mercadotecnia. El feminismo y las mujeres somos mucho más que algo tan ruin. Somos la voz de las que fueron, las que somos y las que serán edificación de un porvenir.
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Andrea Chávez Treviño, diputada por Chihuahua. Coordinadora de Comunicación Política del Grupo Parlamentario MORENA.