Estaba yo muy tranquilo navegando por las redes sociales cuando comencé a ver un montón de publicaciones burlándose de Andrés Manuel López Obrador por haber hecho el ridículo en Washington.
Evidentemente me quedé con la boca abierta. ¡Pues de qué visita a Estados Unidos estábamos hablando! Y me puse a ver, a leer, y casi me vuelvo loco de la rabia.
Todas esas multitudes estaban frenéticas porque en ciertas imágenes de AMLO en Washington nuestro presidente salía “mal” sentado, “mal” vestido y con una “pésima” comunicación no verbal frente a Joe Biden.
¿Por qué casi me vuelvo loco de la rabia? Porque no me cabía en la cabeza que eso fuera lo más relevante de ese encuentro.
A ver, López Obrador tuvo los pantalones para no ir a la Cumbre de las América, a pesar de eso Biden lo recibió, ¿y nadie es capaz de celebrar el poder del presidente de México?
López Obrador puso sobre la mesa temas fundamentales, ¿y lo más importante son sus sentados?
Odio hacer esto pero: ¿Qué querían, un presidente bilingüe y con “manicure” que posara para las fotos o una historia de éxito que le mandara un mensaje de empoderamiento a las personas más humildes de nuestro país?
¿Qué es lo que puede hacer sentir orgullosas a esas “finísimas”, “correctísimas” e “inmaculadas” personas? ¿Regresar a los tiempos de virreinato y darles más importancia a los protocolos que a las ideas?
Yo no sentí pena por el presidente, sentí pena por esa gente que al publicar, compartir y festejar esas expresiones enseñó el más corriente de sus cobres y dejó ver su conservadurísima formación moral.
¿Qué sigue? ¿Violar a una mujer por usar minifalda? ¿Asesinarla por sentarse con las piernas abiertas? En eso acaban los memes cuando se comparten sin reflexionar.
Ahora resulta que todos en este país nos vestimos “perfectamente”, que nos sentamos de manera “adecuada” y que somos expertos en las “buenas costumbres”.
Si ésos son nuestros argumentos para sentirnos superiores, si ése es nuestro modelo aspiracional, ahora entiendo por qué tenemos la realidad que tenemos y por qué la izquierda se la pasa ganando elecciones.
Alguien tiene que decirles a las personas que distrajeron a la opinión pública de las verdaderas notas de lo que ocurrió en Estados Unidos, que Andrés Manuel López Obrador protagonizó frente a Joe Biden una de las escenas más emocionantes y esperanzadoras que el verdadero pueblo de México ha visto en los últimos años.
Piénselo por un momento: AMLO nunca dejó de ser AMLO, el que vemos en “La mañanera”, el que sale en todas partes. Cualquier otro político se puedo haber apantallado, se pudo haber traicionado para aparentar lo que no es. Él, no.
Ver a un señor humilde, sin preparación para eventos oficiales ahí, tratándose de igual a igual con el presidente de la potencia número uno del mundo, no es un fracaso.
Es, como le dije hace rato, una historia de éxito, una lección de democracia, la más clara demostración de que cualquier mexicano, sin importar su origen, puede alcanzar la cima.
Es precioso. Perdón por usar esta comparación pero es cierta: como un Benito Juárez, pero del siglo XXI.
Por favor, seamos más cuidadosos con las cosas de las que nos burlamos. La belleza está en los ojos de quien mira. ¿A poco no?