Cultura

Chewbacca y Kiss

En la segunda mitad de los años setenta todos los chiquillos de primaria eran Han Solo o Luke Skywalker. Eran nombres de autoadjudicación, por supuesto, de apropiación personal. ¿Qué niño quisiera ser el cíborg villano Darth Vader, el pequeño robot R2-D2, a quien todos llamaban Arturito, o el androide C-3PO, Citripio para los cuates? No, esos hombres de hojalata y los integrantes de las guardias de asalto conocidos como stormtroopers eran denominaciones ideales para colgarle al compañerito víctima del bullying, no tipificado entonces como tal, o al cabecilla del grupito rival de la infancia.

Así, frente al enorme pizarrón verde que fungía como pantalla de la nave, tan grande como lo puede recordar quien entonces rozaba los diez años de edad (hace una vida), los dos ocupantes del pupitre central de la primera línea del salón de clase eran los conductores que lideraban el combate al lado oscuro, los lápices eran los controles y los rayones a puro gis del profesor eran los rayos láser disparados a discreción hacia la profundidad del espacio.

Pero nadie era Chewbacca, el gigante wookiee, copiloto contrabandista que se erguía por encima de los dos metros, peludo como el imaginario Pie Grande con el que alucinan los gringos de tiempo atrás. Por lo menos nadie quería serlo, aunque no faltaba el chico despeinado, larguirucho, desgarbado, a quien le venía ideal la etiqueta de aquel personaje al que dio vida el actor Peter Mayhew, cuya muerte días atrás enlutó de nuevo a la familia Star Wars, el universo creado por George Lucas, que aún no se recuperaba de la pérdida, en 2016, de la Princesa Leia (Carrie Fisher).

Había quienes, empero, gustaban de emociones más fuertes que Star Wars, King Kong (John Guillermin dirigiendo y Jessica Lange en el estelar), Tiburón (Spielberg) o Superman (Richard Donner en la silla y Christopher Reeve con la capa), las superproducciones de la época. Niños que no soñaban con espadas láser, gorilas gigantes, escualos asesinos ni hombres de acero. No. Soñaban con una máscara demoniaca, una guitarra de cuatro cuerdas en forma de hacha, unas botas con cabezas de dragón y un poderoso sonido a ritmo de heavy metal: Gene Simmons.

Hoy harían memes sobre la “superioridad moral” de quienes se creían el bajista de Kiss, entonces símbolo de rebeldía y excesos que hacía imposible que tocara la banda en México, pero que hoy es una figura tan elástica que aguanta incluso una versión de Hello Kitty. Había chicos, pues, que veían a distancia a los héroes de la pantalla y preferían a los de la guitarra, a los monstruos del rock que agitaban la década: Led Zeppelin, Pink Floyd, Deep Purple, Black Sabbath…

Ayer y hoy, un conglomerado de bandas ha convocado a miles en Ciudad de México para el festival Domination, encabezado por Kiss, en la que ha llamado su gira del adiós, y Alice Cooper, otro enmascarado sobreviviente a las diversas eras geológicas del rock.

@acvilleda

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Alfredo Campos Villeda
  • Alfredo Campos Villeda
  • Director de @Notivox Diario. Autor de #Fusilerías y de los libros #SeptiembreLetal y #VariantesdelCrepúsculo. Lector en cuatro lenguas. / Escribe todos los viernes su columna Fusilerías
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