Cada nuevo gobierno repite sin sonrojo de por medio que es moderno, que es diferente, que trae bajo el brazo la varita mágica para acabar con los males que aquejan a la nación. La estrategia siempre es una suerte de artefacto alquímico pinceleado por Durero que ofrece más interrogantes que procesos, pero con la que juran que ahora sí llegó la hora de la transformación.
Ese ardid es tan antiguo como el imperio romano. No se diga el truco de echar mano del circo como herramienta política. Reginald Haynes Barrow ha escrito que las diversiones públicas del romano adulto, como los “juegos”, incluían exhibiciones de gladiadores, luchas de animales feroces, carreras de carros y representaciones teatrales. Sobre las crueles contiendas hombre-hombre y hombre-bestia ha añadido que nada puede atenuar la vulgaridad y el repugnante horror de esos espectáculos.
“Es curioso que hombres cultos, amantes de la humanidad y el decoro, no tuvieran reparo, cuando la conveniencia y la ambición se lo exigía, como políticos o generales victoriosos, en proporcionar diversiones cuya barbarie les repugnaba personalmente (…) Se organizaban a gran escala y ocupaban un lugar importante en el pensamiento y los deseos de los habitantes de la ciudad”, ha publicado Barrow en Los romanos (1949, FCE, 2014).
Edward Gibbon, a su vez, nos recuerda que Cómodo, desde su más tierna infancia, manifestó odio a todo lo que fuera racional y humanista, y mostró un profundo apego por las diversiones del populacho: las actuaciones del circo y el anfiteatro, los combates de gladiadores y la caza de bestias salvajes. “Alcanzó la cumbre del vicio y la infamia”, se lee en Decadencia y caída del imperio romano (Atalanta, 2011, volumen I).
Hoy, sin embargo, los “modernos”, los “transformadores”, los “diferentes”, pregonan que innovan y echan mano de antiguos artilugios, como el circo romano, para sus fines políticos de camarilla. Sorprende acaso más que haya quienes reclamen a diario a la élite del poder sus promesas de cambio, que se las hayan creído. Por lo demás, desde aquí le sugerimos, amable lector, ir a disfrutar el concierto de Rosalía, una figura de talla internacional y talento indudable, sin olvidarse de los pendientes y las falsas promesas de las autoridades.