Los recientes acontecimientos en materia política en México trajeron al escritorio el célebre Diccionario de política (Siglo XX, 1983), coordinado por Norberto Bobbio, del que asoman conceptos históricos que debieran ponernos a reflexionar sobre los días, semanas, meses y años por venir.
Felix E. Oppenheim nos recuerda, por ejemplo, a un personaje literario, El Gran Inquisidor de Dostoievski, que juega con estos dos significados de la palabra libertad: “Hoy la gente está más convencida que nunca de que tiene absoluta libertad; sin embargo, nos ha entregado su libertad y la ha puesto humildemente a nuestros pies”.
Hannah Arendt dice que el totalitarismo es una forma de dominio radicalmente nueva, porque no se limita a destruir las capacidades políticas del hombre aislándolo en relación con la vida política, como lo hacían las viejas tiranías y los antiguos despotismos, sino porque tiende a destruir también los grupos y las instituciones que forman la urdimbre de las relaciones privadas del hombre, sacándolo de este modo del mundo y privándolo hasta de su propio yo.
Carl Friedrich y Zbigniew Brzezinski destacan en el punto dos de su definición de totalitarismo un partido único de masa guiado típicamente por un hombre, estructurado de modo jerárquico con una posición de superioridad o de mezcla con la organización burocrática del Estado, compuesto por un pequeño porcentaje de la población, una parte de la cual nutre una fe apasionada e inquebrantable en la ideología y está dispuesta a cualquier actividad para propagarla y llevarla a los hechos.
Ludovico Incisa nos cuenta que en los varios sistemas populistas resaltan siempre un liderazgo de tipo carismático y la formación de una élite de “iluminados”, de intérpretes casi sagrados de la voluntad y del espíritu del pueblo. (…) El concepto mismo del ejército como pueblo armado, como suma de las virtudes populares, como perenne reserva de los valores nacionales y populares auténticos, es un concepto ejemplarmente populista.
Hasta ahí la dejamos.