Don Juan Manuel, nieto de Fernando III, el santo, y sobrino de Alfonso X, el sabio, escribió, en la década de 1330, El conde Lucanor, un conjunto de historias que representan el parangón de los exempla, cuentos moralizantes adaptados de distintas fuentes de literatura considerada didáctica en la época: Esopo, máximas atribuidas a filósofos griegos compiladas por árabes, sentencias orientales y sabiduría popular. Los exempla buscaban marcar una pauta de comportamiento y guía moral desde la probidad y sabiduría del escritor: no cualquiera podía moralizar, pero el infante Don Juan Manuel era perfecto para el caso: príncipe de Villena, tutoró al rey Alfonso XI, el justiciero, y custodió la espada Lobera del conde Fernán González, símbolo de la reconquista de Sevilla.
La estructura de cada cuento del libro es la siguiente: el conde Lucanor le plantea un problema a su consejero, Patronio, y le pide guía para resolverlo. Patronio se ofrece a contar una historia de la que su señor podrá obtener una enseñanza que le permita resolver su vicisitud, y que termina siempre con una moraleja. Por ejemplo, en el cuento XLIV, cuando el conde pide consejo pues estando en guerra y su riqueza en peligro, “algunos caballeros, a quienes yo crie en mi casa y a quienes había favorecido con largueza, me abandonaron y buscaron hacerme mal junto a mis enemigos, e incluso se distinguieron por su saña contra mí”, Patronio le cuenta una historia que concluye: nunca dejes de hacer lo que es debido, aunque algunos no se porten bien contigo.
Supongo que cada época aspira a su literatura ejemplar: esa joya en la que se conjuntan las buenas intenciones y la virtuosidad del escritor y su irreprochable apego a las causas justas y verdaderas, con una poética honesta y fuerte que colectiviza su obra y la convierte en un diamante de su tiempo y circunstancia, y que en el proceso evidencia las fallas de nuestra sociedad y sus injusticias.
Celebremos, pues, la literatura ejemplar de nuestra época que con su mera existencia hace de este mundo un lugar mejor para los justos. Gracias, poetas, por escribir la poesía que nos va a salvar hasta de nosotros mismos.