Según el Informe Mundial sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos de la Unesco, para 2025 la mitad de la población mundial vivirá en áreas con estrés hídrico, lo que significa que no tendrá acceso a suficiente agua potable para sus necesidades básicas; además, modelos computacionales indican que para entonces el cambio climático empeorará la situación de sequía y el desabasto en muchas regiones del mundo.
Estimaciones alentadoras indican que el consumo promedio de agua de una persona en un hogar de clase media es de 165 litros por día, suponiendo un consumo “responsable”. Evidentemente, los números no nos dicen demasiado, pero bastará contrastar esa abrumadora cantidad con los 20 litros diarios que estaremos forzados a utilizar cuando se conjuguen los efectos del cambio climático, la superlativa demanda del líquido en ciudades con crecimiento desmedido y poco regulado, y la falta de inversión estatal en infraestructuras hídricas, 165 por 20. Escalofriante.
Al parecer, estamos condenados a sufrir, muy pronto, los estragos de nuestra desinformación y falta de educación respecto al valor verdadero del agua, la desidia política de implementar medidas más severas contra el desperdicio y, sobre todo, controles más estrictos para regular el acceso del líquido a empresas.
Aunque la cultura infográfica nos presente constantemente la aparente inutilidad de nuestro papel en el uso responsable del agua ante la voracidad y mal manejo de empresas con acceso a millones de metros cúbicos de agua al año; es decir: el falso impacto de tomar duchas más cortas, por ejemplo, es cierto que las restricciones en la distribución del líquido cada vez serán más constantes, prolongadas y severas, por lo que tendremos forzosamente que aprender a ahorrar, racionar y, sobre todo, a evitar el acaparamiento: darnos cuenta que el problema es real y requiere acciones concretas e integrales de la población y el gobierno, el cual deberá intensificar en el corto plazo sus programas de educación y concientización sobre el uso responsable del agua y la promoción y estímulo a prácticas como la gestión del agua de lluvia en los hogares.