A veces me pongo sentimental. A pesar de todo vale la pena arriesgarse a ser feliz. El mundo es hermoso y la vida vale la pena por dos o tres cosas y personas. A pesar de la injusticia, de la pobreza y de la crueldad, la vida es bella. Son innegables el sufrimiento, el dolor y la estupidez; la desmemoria, el odio y la desigualdad. Pero, al final, la vida nos purga de sí misma y nos hace explotar de amor y ternura.
Yo quiero ahora hacer un alto. Un alto que es un privilegio en un mundo en el que nos hemos acostumbrado a producir hasta el absurdo. Un alto que es un privilegio en un mundo en el que le hemos puesto precio a todo. Un alto porque hoy cumple años mi padre.
Muchos de ustedes lo conocen. Y no es que mi padre sea un hombre poderoso o sea siquiera una persona sociable. Es que puedo decir, sin temor a equivocarme, que mi padre es una institución. Fue maestro de muchos. Me sorprende que el mesero del restaurante en el que usualmente comemos lo recuerde con cariño. Y no me sorprende que lo haga a pesar de que reprobó el extraordinario de cálculo. Me sorprende porque es joven. Y tampoco me deja de sorprender que mi compañera de trabajome diga que recuerda las clases de mi padre, porque ella ya es una señora que supongo con nietos y soñando con su jubilación.
Imagino a mi padre, a mi edad, con la responsabilidad de sacarnos adelante, y a pesar de todo, llevarme a pasear en mi bicicleta. Y a pesar de todo –porque la vida no es fácil ahora lo comprendo– llevarme a la playa y empujarme contra las olas en una tortuga inflable. Y a pesar de todo, de la falta de tiempo, de dinero, de los problemas, llevarme a ver la Piedra de Sol y al planetario y comprarme libros. Y haberme dejado perseguir mis sueños y fracasar ya pesar de eso, siempre verlo entre el público cuando doy charlas o presento libros.
Supongo que el amor tiene muchas caras y modos infinitos y maravillosos de manifestarse. Si aprecian al inge, recuérdenlo y envíenle cariño hoy que es su cumpleaños.