Los escenarios actuales que se le presentan a los directores de escuela son complejos y complicados. Por un lado, se encuentra todo lo que implica el regreso presencial a los edificios escolares y la atención de los asuntos cotidianos.
Por otra parte, el tránsito hacia un modelo curricular que les implicara una revisión de su función y replanteamiento del enfoque que ha dominado sus prácticas. Lo anterior, asociado a procesos de capacitación, actualización y/o formación, según lo establezca la autoridad educativa superior.
En medio de todo ello, se encuentran también las condiciones institucionales y laborales que rodean su tarea cotidiana. En suma, estos escenarios nos hacen pensar en una función directiva diferente, que tendrá que apropiarse del sentido de transformación si requiere dar pertinencia a su acción cotidiana.
El pensamiento y acción directiva deberán estar estrechamente vinculados. Liliana Jabif (2008) nos dice que “La magnitud de los desafíos que actualmente enfrentan las instituciones educativas en contextos de pobreza requiere directivos que no sólo administren los recursos y organicen las prácticas, sino que logren promover, en el colectivo escolar, el interés, la participación y el compromiso para la construcción del sentido de esa escuela y para esos niños y jóvenes en particular, con el fin de mejorar sus aprendizajes”. Y efectivamente, una cuestión esencial que debe estar presente en la función directiva, es que el fin último de su acción y lo que emprenda en su escuela, es la mejora de los aprendizajes.
Los directores de escuela entonces, requieren de procesos formativos más consolidados y pertinentes a la función que desarrollan. Es importante desarrollar su pensamiento y su acción con un sentido más innovador y transformador, que le permita problematizar su acción cotidiana y el contexto que le rodea.
Los procesos formativos le permitirán fortalecer sus saberes, haceres y actitudes para generar un clima institucional favorable en la construcción de una nueva escuela. Hacer escuela, será la consigna principal que oriente su trabajo, siempre con base en la colectividad y trabajo en común. Hacer escuela, es sin duda la esencia de transitar hacia una educación diferente, más democrática, incluyente y transformadora.
El pensamiento y acción directiva tendrá en el proyecto formativo el mejor dispositivo para hacer escuela. Margarita Marturet (2010) nos comparte que al “Pensar en el proyecto formativo de la escuela requiere, previamente, dirigir la mirada en tres direcciones: hacia atrás, para recuperar la historia y las historias, que mucho tienen que ver con el presente de la institución. Hacia la escuela hoy, para ver riquezas y buscar potencialidades en quienes nos acompañarán en la construcción y realización del proyecto. Hacia delante, para construir propuestas mejores. Porque nadie sueña ni proyecta un futuro peor”. Cierto, en toda construcción colectiva, y el proyecto formativo lo es, siempre es necesario tener presente la historia, para reconocer puntos de partida en lo que se emprende. En este sentido, emerge por su importancia, el diagnóstico y la evaluación del proceso, sin ellos, lo que proyectemos puede correr el riesgo de fracaso.
Desarrollar el pensamiento y acción directiva, orientándola hacia modelos y prácticas que favorezcan la participación, colaboración y liderazgo pedagógico-gestivo en el entorno escolar en el contexto de la Nueva Escuela Mexicana se constituye en un punto central para que la política educativa se encamine a buen puerto.
No pensar en ello, se esta condenado a que los directores de escuela, los noveles y los consolidados, desarrollen prácticas directivas distantes, y quizá desarticuladas de la filosofía que caracteriza la Nueva Escuela Mexicana, y lo que es peor, poco pertinentes para la idea de hacer escuela y de contribución a la mejora de los aprendizajes.
Alfonso Torres Hernández