La reconstrucción de lo cotidiano de alguna situación educativa implica un trabajo de investigación que necesariamente requiere de una adscripción metodológica. Para Husen (1988) se plantean dos epistemologías diferentes en el estudio de las Ciencias Sociales, y por ende en los fenómenos educativos: una, de tradición realista, por lo general orientada cuantitativamente, que considera que el mundo “de fuera” puede ser descrito tal como “realmente es”; otra, cualitativa-interpretativa, considera que aquello que aprendemos acerca del mundo está filtrado a través de nuestros sentidos. Desde esta postura no resulta posible separar aquello que está siendo investigado del propio investigador, es decir, existe una relación entre el sujeto y el objeto de estudio. Al respecto Pourtois y Desmet (1992) plantean que existe una oposición entre aquellos que sostienen que no hay relación entre el investigador (sujeto) y el objeto de estudio y aquellos que piensan que dicha relación sí existe, es decir, plantean una oposición entre la corriente positivista y la fenomenológica. La primera tesis considera que no hay relación entre el sujeto y el objeto, es decir, que los hechos, que derivan exclusivamente de la observación y experimentación, pueden ser analizados de forma neutra y objetiva. La segunda tesis, fenomenológica, por el contrario, insiste en la idea de que la realidad no es jamás exterior al sujeto que la examina, que existe, por tanto, una relación entre el sujeto y objeto.
El campo de la investigación educativa se reconoce como un “campo en construcción” donde la tradición de corte positivista ha predominado por encima de la fenomenológica. Dentro de ésta última línea, encontramos las metodologías cualitativas de corte interpretativo, y en ellas, a la etnografía. Vista por algunos como metodología, otros como técnica de recolección de datos, lo cierto es que la etnografía ha representado una herramienta valiosa entre los investigadores educativos.
El trabajo etnográfico en la investigación educativa ha tenido una orientación dominante desde una adscripción a la tradición antropológica que establece una estrecha relación entre la teoría y los datos empíricos. De esta manera el trabajo etnográfico no se queda en una simple “recolección de datos” para su posterior análisis, sino que se reconoce que esta va acompañada de una posición teórica detrás que orienta la selección, organización y presentación de los hallazgos. En este sentido “hacer etnografía” en la investigación educativa implica la tarea de interpretar significados, desde la postura de que para interpretar es necesario la definición de una posición desde la cual se comprenda y explique lo que se escuchó y observó. Es así como inicialmente no se determinan categorías especificas a ser observadas pero se tienen presentes orientaciones conceptuales de interés para la investigación antes de entrar al campo.
En este sentido, para Geertz (1992) “hacer etnografía” significa establecer relaciones, seleccionar a los informantes, transcribir textos, establecer genealogías, trazar mapas del área, llevar un diario, etc. Pero no son estas actividades, estas técnicas y procedimientos lo que definen la empresa. Lo que la define es cierto tipo de esfuerzo intelectual: una especulación elaborada en términos de, para emplear el concepto de Gilbert Ryle, “descripción densa”. Es así que cobran relevancia las descripciones que se hacen de las situaciones porque de ellas emanan los puntos de búsqueda de comprensión y explicación profunda que elabora el investigador educativo.
Etimológicamente la etnografía es la ciencia que tiene por objeto el estudio y la descripción de los pueblos. Se interesa por lo que la gente hace, cómo se comporta, cómo interactúa. Representa la realidad estudiada con todas sus capas de significado social. La etnografía no solo registra y describe sino que busca interpretar la realidad social. Trata de comprender el significado que dan los actores a sus conductas y acciones. El fenómeno educativo se estudia en su estado natural. Se enfatiza en la consideración de los actos cotidianos para dar descripción profunda y detallada del fenómeno educativo. Para la recogida de datos y su posterior análisis e interpretación, la etnografía se auxilia de la observación participante, la entrevista, el diario de campo y el análisis documental (Corenstein, 1988). Desde esta perspectiva la etnografía se convierte en la herramienta fundamental para la comprensión de los sentidos y significados de las prácticas de los sujetos, particularmente en trabajos de investigación educativa.