El desarrollo del pensamiento crítico en los estudiantes ha constituido para los educadores un desafío permanente, quizá por la exigencia de un nivel intelectual alto. Los programas curriculares en la educación básica, por su prescripción y estandarización, no ofrecen las posibilidades para que el pensamiento encuentre vetas que le permitan una articulación de los saberes escolares adquiridos con su entorno social.
Sin que se pondere como una panacea, el desarrollo del pensamiento crítico implica que las escuelas le otorguen la importancia debida como una constante que posibilite una mejor relación entre el individuo y su sociedad. Para lograr lo anterior, se necesita que la escuela se redefina en su misión y estrategias. Necesitan ser más enfáticas en la promoción del diálogo, la cooperación y la colectividad en fines comunes, así como en un sentido pedagógico más humanista, tolerante y democrático.
Lipman (1980) plantea que el pensamiento crítico tiene una naturaleza filosófica que ofrece herramientas para superar la adquisición acrítica del conocimiento y establecer una conexión más útil y vital con la vida real. Nos dice que, aunque la filosofía está interesada en muchas cosas, hay tres puntos básicos en los cuales es más insistente: (1) debemos aprender a pensar tan clara y lógicamente como nos sea posible; (2) debemos mostrar la relevancia que tiene esa forma de pensar para los problemas con los que nos enfrentamos; y (3) debemos pensar de una forma tal que nos permita descubrir alternativas frescas y que estemos siempre abiertos a nuevas opciones.
La noción de Lipman, nos ubica en la importancia de la formación de individuos con un pensamiento razonable, investigativo y comunitario que propicie a su vez, un papel más activo en su entorno cotidiano. De igual manera nos sitúa en reconocer al pensamiento crítico como una construcción teórico-práctica ligada al interés por una educación democrática que atiende y se preocupa por la situación social que se vive.
En el mismo sentido, Paulo Freire, pondera el pensamiento crítico como “pensamiento y acción”, es decir, el individuo encuentra sentido a su pensar en los actos que desarrolla en el día a día. Esta concepción du pensamiento crítico, está profundamente cimentado en el concepto de libertad, concepto que pone al servicio de la transformación de los procesos educativos y sociopolíticos. Freire busca que las y los estudiantes y las y los docentes dejen de ser objetos pasivos de una historia estática y dogmática, para convertirse en sujetos responsables, capaces de conocer y de crear su propia historia. Y es enfático cuando menciona que los actos educativos no son neutrales: “Todo acto educativo es una acto político”. Denuncia la tarea educativa como instrumento de dominación ideológica, pero también el reconocimiento y la manifestación de que la acción educativa ofrece oportunidades para la acción emancipatoria.
El pensamiento crítico, bajo estas premisas de Lipman y Freire, es un pensamiento que necesita cultivarse. Los espacios escolares son propicios para ello, sin embargo, se requiere de una formación docente en el mismo sentido. A los maestros se les deben generar espacios formativos coherentes con su misión, más allá de las cuestiones puramente metodológicas y didácticas se debe procurar que adquieran conocimientos de filosofía, investigación y teoría pedagógica profunda.
El desarrollo del pensamiento también debe ser en ellos. Un pensamiento abierto, con posibilidades de una racionalidad comunicativa y argumentativa de su práctica. Con el desarrollo de capacidades de comprender y explicar la realidad social que se le presenta. Un docente con estas características, no solo propiciará el desarrollo del pensamiento en sus alumnos, sino estará en posibilidades de reorientar el sentido de la escuela y su misión formativa.
Alfonso Torres Hernández