Una de las aspiraciones de la educación escolarizada ha sido el desarrollo integral de los alumnos. Desde la antigua Grecia se ponía especial atención a lograr un equilibrio entre el entrenamiento físico, la instrucción intelectual y el desarrollo moral y artístico. Más adelante, previo al nacimiento del Estado moderno, filósofos, intelectuales y educadores como Rousseau, Pestalozzi y Herbart planteaban la necesidad de observar y reconocer la naturaleza del niño para desarrollar en ellos las dimensiones de la cabeza, el corazón y la mano, es decir, las capacidades intelectuales, afectivas y físicas. Desde entonces, la integralidad en el desarrollo de los alumnos ha sido motivo de diversas teorías pedagógicas y políticas educativas para expresarse en reformas de orden curricular.
El plan de estudios vigente de la Nueva Escuela Mexicana no es ajeno a estas pretensiones y reconoce a la educación como fundamental para el desarrollo de capacidades en una persona y puntualiza: “las capacidades no se refieren únicamente a las habilidades y los conocimientos que puede desarrollar una persona, si no que se relacionan con una vida digna conformada por salud e integridad física y buena alimentación, el desarrollo de los sentidos, la imaginación, el pensamiento y el razonamiento de un modo verdaderamente humano en la creación de obras artísticas; así como en una educación que incluya la alfabetización, la formación matemática y científica, y el desarrollo afectivo y emocional” (SEP, 2022). De manera más específica, se plantea que “dentro de estas capacidades está la posibilidad de las y los estudiantes de desarrollar de manera inteligente, sensible y emocional su propio cuerpo a través del arte y la educación física paradesplegar sus habilidades, su seguridad personal, el trabajo enequipo, el placer por el movimiento corporal, así como sus potencialidades creativas” (SEP, 2022).
En la construcción de esta nueva narrativa, es inevitable reflexionar sobre el lugar que ha ocupado la educación física en las escuelas. En el mejor de los casos ha tenido un lugar periférico, en otros, ha quedado diluida para dar más espacio al desarrollo cognitivo. Si observamos con detenimiento las mallas curriculares de las diversas reformas educativas en la educación básica, comprenderemos mejor el tiempo tan reducido que se ha dado a la educación física, condición que por supuesto, se expresa en las prácticas escolares cotidianas. La ausencia o limitación en la educación física de niñas, niños y adolescentes nos refiere a una cuestión cultural en la educación mexicana que trae consecuencias futuras, particularmente en un desarrollo desequilibrado de capacidades en las personas.
En este sentido, y a propósito de las olimpiadas de París 2024, cada cuatro años nos sorprendemos de las enormes capacidades de los atletas participantes, particularmente de aquellos países que logran un sinfín de medallas, a la vez que nos lamentamos de la participación, generalmente poca exitosa de los atletas mexicanos, y es inevitable una serie de preguntas: ¿qué nos falta? ¿Qué se requiere en México para alcanzar estos niveles de desarrollo físico y deportivo? ¿Mayor financiamiento? ¿Mejores programas de entrenamiento? ¿Infraestructura? ¿Educación? ¿Todo a la vez? Cada cuatro años escuchamos discursos de que el futuro será mejor y cuando llegamos a ese futuro, parece que volvemos al inicio. Es aquí donde la política educativa, deportiva, cultural y económica debe colocar a la educación integral al centro, no solo en el nivel básico, sino tamien en el medio superior y superior. Las instituciones educativas se pueden constituir en semilleros de grandes deportistas con la educación física adecuada, acompañada por supuesto de una inyección presupuestal sustantiva para el fortalecimiento de los recursos humanos, materiales y de infraestructura. La educación física debe dejar de ser una asignatura de “relleno” y reconocerse como un espacio que contribuye al desarrollo intelectual y actitudinal de las personas, es decir, es parte elemental de la integralidad en la formación de los educandos.
Para contribuir a la concreción de estas aspiraciones, la educación mexicana está en tránsito de construir un modelo de integración del conocimiento, el cual propone trascender la separación curricular y enseñanza disciplinar que por décadas ha caracterizado las reformas curriculares, sin embargo, para lograrlo, es necesaria la reflexión y toma de decisiones pertinentes para dar mayor claridad al desarrollo de la educación física en las escuelas, en materia de formación docente, además de los apoyos necesarios que mencioné anteriormente. Quizá entonces, una mejor educación física nos lleve a mejores logros en las olimpiadas.