El diccionario de la Real Academia Española define improvisar como llevar a cabo algo de pronto, sin estudio ni preparación.
La capacidad de improvisación es un arma de dos filos. Quienes la llevan a cabo de manera exitosa cuentan con una poderosa herramienta de respuesta ante lo inesperado. Sin embargo, quienes la ejercen irresponsablemente o abusan de ella terminan por enfrentar sus nocivas consecuencias.
En particular, la improvisación en el sector público conlleva riesgos mucho mayores a aquellos en un contexto estrictamente privado. Las consecuencias de una buena o mala decisión en este ámbito pueden impactar de manera significativa en la sociedad y tener efectos irreparables.
Múltiples crisis históricas y recientes de México y el mundo han surgido de decisiones sin planear, acciones a la ligera, alternativas de coyuntura, respuestas en la urgencia, todas ellas con un mínimo sentido de la planeación. Ingredientes de una mala receta y de escenarios adversos que pudieron haber sido evitados.
Ahora bien, no todo es blanco o negro. La improvisación en el sector público también tiene bondades y no puede, ni debe, estar peleada con la planeación. Por el contrario, se complementan. El extremo de pretender tener un plan para todo es tan dañino y poco útil como improvisar sistemáticamente.
Por ello es importante que quienes tienen el privilegio de ser servidores públicos, tomen decisiones con base en una buena planeación. Al mismo tiempo, requieren contar con capacidad de improvisar, teniendo como piedra angular para ella el conocimiento de los temas. La máxima de Isaac Asimov cobra sentido en estos tiempos: para tener éxito, la planificación sola es insuficiente, uno debe de improvisar también. Es decir, se deben llevar a cabos ambas, siempre y cuando sea con consistencia, profunda responsabilidad y entendimiento de su alcance y consecuencias.
