Después del 2 de junio, se llegó a pensar que los partidos que no resultaron favorecidos pero que aún figuran como oposición iban a buscar reconstruirse para representar una alternativa para la sociedad, que tanta falta le hace. Sin embargo, en Puebla y a nivel federal, estos partidos que pudieran representar contrapesos están secuestrados por los mismos de siempre: el PAN está en manos del Yunque y el PRI es ahora propiedad de un solo sujeto identificado como Néstor Camarillo.
Dentro del panismo nacional se lucha por conseguir la alternancia ante el fin del periodo de Marko Cortés. Sin embargo, es muy probable que la dirigencia quede en manos de alguien muy cercano a él, es decir, al final se daría un relevo que no cambiaría nada. En el caso del PRI, Alejandro Alito Moreno ya está operando para reelegirse una vez más en el cargo, sin un bloque contrario que se lo impida.
Exactamente esa misma dinámica se vive en Puebla; en el PAN y en el PRI solo buscan perpetuarse en el poder a través de perfiles que servirán como prestanombres. Cualquiera pensaría que después de la estrepitosa derrota del 2 de junio les iba a mover el corazón para permitir que otros cuadros llegaran a reconstruir lo que con sus malas decisiones habían destruido, pero nada más lejano que eso. Y es que a estos personajes lo único que les importa es controlar y adueñarse de las prerrogativas, es decir, de los recursos públicos que se les entregan y que pueden usar como se les dé la reverenda gana.
¿Por qué alguien como Camarillo Medina cree que puede engañar a la sociedad diciendo que va a hacer las cosas diferentes después de que hundió al priismo poblano haciendo un partido sin relevancia? ¿Qué le hace pensar que las nuevas generaciones interesadas en la vida política van a elegir entre el tricolor y el albiazul, teniendo opciones más rentables como Morena e incluso Movimiento Ciudadano o el Partido Verde, que se han convertido en una nueva opción?
La cerrazón de los seudodirigentes no hace otra cosa que afianzar al partido en el poder y reafirma la concepción de que el sexenio que viene para Puebla durará 70 años, porque no existe una real y firme oposición.