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Lotería Tapatía (Parte Diecisiete)

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¡El intendente!
¡El intendente!

¡El intendente!

Esta es la historia del hombre que dejó de cantar. Se llama Guadalupe Montalvo y trabaja como miembro del personal de limpieza en un colegio Marista de Guadalajara. Es un hombre callado, pero amable, que realiza su trabajo con esmero y dedicación. Busca no llamar la atención y sus compañeros de trabajo hablan bien de él. Como suele ocurrir, nadie se interesó demasiado en conocer su historia, de modo que va y viene con una escoba, trapeador y recogedor, sin llamar la atención.

Guadalupe adquirió el gusto a cantar por su mamá: la recuerda entonando melodías de “Las Jilguerillas”, un dueto de música ranchera, campirana y de mariachi formado por las hermanas Amparo e Imelda Higuera Páramo en 1955. Él asegura que su mamá tenía buena voz, que le ponía sentimiento a las letras y que cantaba mucho, en especial cuando lavaba la ropa o estaba feliz. Guadalupe recuerda también que, cuando ella estaba enojada o triste, se quedaba callada y no cantaba.

Así que él creció con la música como parte de su vida cotidiana. Esa influencia hizo que intentara acercarse a la industria y que comenzara a cantar por su cuenta, e incluso que se decidiera a escribir corridos. Luego de una serie de coincidencias, logró acercarse a Cosme Tadeo Herrera, primer vocalista de la Banda Pequeños Musical, una famosa agrupación originaria de Guadalajara. Guadalupe cuenta que llegó a frecuentarlo, y que durante un tiempo se animó a intentar hacer su propia carrera musical, e incluso le propuso a otro amigo grabar sus composiciones en un estudio, pero las cosas no se dieron y nunca pudo realizar su producción.

La vida siguió su curso y había que sobrevivir. “Lupe”, como le dicen sus amigos, decidió trabajar en una fábrica de metal, donde fue armador y se dedicó a producir accesorios. Después de esa experiencia continuó en el mismo rubro, en otra compañía, donde se especializó en el punzonado de metales, un proceso que consiste en cortar orificios para producir láminas y chapas. Disfrutó su empleo, e incluso recuerda que, una vez, en una posada del trabajo, hicieron un karaoke, y lo invitaron a cantar. Él se animó y decidió interpretar “Mujer infiel”, que comienza con el verso: “Mi vida la he vivido siempre sobre un escenario, cantándole a las emociones de mi corazón”. Dice que triunfó en el evento y que sus compañeros le aplaudieron mucho. Guarda ese recuerdo como uno de sus tesoros más preciados.

Lupe estaba contento en ese trabajo, pero vino la pandemia, la fábrica redujo su personal y resultó ser uno de los trabajadores liquidados. Buscó alternativas, e incluso pensó que podía ser una señal para que se enfocara en su carrera musical, pero las cosas fueron muy diferentes.

Un día, sin más, le avisaron que tenía que ir a su casa porque habían acribillado a parte de su familia. Él recuerda que entró por la puerta y vio los cuerpos tirados, así como sangre por todos lados. Su tío Víctor todavía respiraba con dificultad, así que trató de ayudarlo y pidió una ambulancia, pero se le murió en el camino al hospital. Lupe quiso encontrar una explicación de los hechos, pero sus vecinos no querían hablar. Al final, alguien en el barrio le contó que su tío y su primo tuvieron un malentendido con “el de la plaza”, que “les habían puesto el dedo”, pero que la familia siguió su vida, sintiéndose protegidos por la idea de que “ellos no estaban en nada malo”. Eso no importó, y los asesinaron.

Su madre también murió al poco tiempo y Lupe dice que se le quitaron las ganas de cantar. Incluso se deshizo de las guitarras que tenía. Su testamento musical fue escribir un corrido a su familia, para sacarse el dolor. Transcribo una parte:

“No pudieron a putazos…acudieron a balazos / quisieron sentirse gallos, resultaron ser gallinas / contra puños de acero y dinamita, no pudieron, no pudieron, esa bola de gallinas / entre mente, fuerza y cuerpo, en el cielo ya están dos grandes: Víctor Daniel Sereño y José Gil Sereño Domínguez”.

Pero el amor a la música es algo muy poderoso, y una vez, hace muy poco tiempo, Lupe rompió su silencio. Resulta que fue el cumpleaños de Paty, una compañera de su actual trabajo como personal de limpieza, pero nadie se acordó. Lupe la vio muy triste, porque nadie le regaló nada ni tuvo ninguna atención con ella, así que él fue al salón de educación artística de la escuela y pidió una guitarra. La afinó, practicó un momento y fue a tocarle Las mañanitas a Paty, quien se emocionó mucho y le confesó que era uno de los mejores regalos que le han dado.


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