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Lotería tapatía (Parte dieciséis)

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  • Alan Ruíz Galicia

¡ El poeta!
¡ El poeta!

Todos los martes, a la misma hora, en el mismo lugar, Adalberto declama el mismo poema: “Hoja que rompes con feliz parsimonia el aire que aprisiona tu escaso movimiento / hoja feliz, hoja seca, que llevas en tu veloz caída la fortuna de ser, aunque seca, hoja. En cambio yo, no soy yo. No soy grito ni dolor, sino el eco olvidado de una vieja canción”.

Adalberto realiza el mismo ritual desde hace diez años en distintos espacios culturales de Guadalajara. En los martes de poesía del Centro Cultural “Ortográfika” se inscriben cerca de cuarenta escritores por sesión, y cada uno tiene cinco minutos para compartir sus letras con el público. Desde que existe este lugar, Adalberto es el primero en la lista. Le respetan ese sitio privilegiado porque ha estado allí desde su fundación, y siempre recita el mismo poema.

Durante tres martes asistí para ver a Adalberto en acción, y me di cuenta de que, como dijo el filósofo griego, no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, y que si bien el poema, el poeta y el lugar son los mismos, cada martes es diferente, las personas que escuchan no son iguales, y el propio poeta no es exactamente quien era la semana anterior. En este sentido, la repetición de sus versos nunca es mera reiteración, sino creación y variación: aunque el poema sea idéntico en palabras, en cada acto de declamación cambia el tono, el clima, la audiencia y la respiración del poeta, de modo que la repetición nunca es absoluta.

Adalberto nació en Cuquío, en un hogar de gente de trabajo. Su papá era viudo a los cuarenta años y tenía siete hijos; su mamá era viuda a los veinte años y tenía tres hijos. Ambos se gustaron, se juntaron, y tuvieron juntos nueve hijos más, de manera que formaron una familia de diecinueve integrantes. Adalberto es producto de esta unión, y recuerda que era muy feliz con muy poco. Lo que más le gustaba era ir a jugar al cerro, y considera que, durante su infancia, en medio de la naturaleza, desarrolló una habilidad muy importante, que lo ha acompañado a lo largo de su vida: su capacidad de observación.

Adalberto solo conocía los libros por las películas, pero cuando vino a Guadalajara a estudiar Psicología, se apasionó por ellos. Tanto, que ha escrito seis volúmenes de cuento, poesía y novela, y ha publicado ensayos en periódicos y revistas como El Informador, El occidental y la Gaceta Municipal de Cuquío. Es un rostro habitual en los espacios culturales de la ciudad, especialmente en aquellos dedicados a la poesía. También es conocido por su entusiasmo hacia las artes en general y declara que se necesita mucho valor para dedicarse a la creación, pero que “solo el tonto se muere de hambre”, pues un artista puede vender pollo o fruta para sostenerse, con tal de nunca renunciar a su vocación.

Cuando le pregunto por qué recita el mismo poema cada martes, me responde que, en un mundo en donde todo cambia muy rápido y la atención es fugaz, repetir es un acto de resistencia. Sostiene que vivimos deslumbrados por lo nuevo, y que su poesía busca ser una roca a la cual podemos aferrarnos en medio del mar del olvido. Me confiesa que su aspiración es que sus versos sean igual que una canción que uno nunca se cansa de escuchar porque le habla al corazón.

Adalberto se dedica a difundir su palabra en festivales y espacios culturales alternativos. “A esta edad no tengo nada mejor que hacer para perder el tiempo”, me dice en tono de broma. Prefiere conversar con jóvenes más que con gente de su edad, pues las nuevas generaciones le transmiten vitalidad. Aunque algunos lo llaman “maestro” o “sabio” él considera que su único mérito es hacerles preguntas y tratar de que confronten sus ideas preconcebidas.

Puedo dar fe de ello, aunque no soy joven, pues en un ratito de hablar con él no solo me habló de poesía, sino que aprovechó para compartirme su propia versión de la historia de México, en la que Miguel Hidalgo no es un héroe liberador, sino que fueron los masones quienes estuvieron detrás del movimiento de independencia, además de que Estados Unidos sería el principal promotor de la Revolución Mexicana, utilizando a Madero como un títere contra Porfirio Díaz, quien se habría negado a seguir colaborando desde una posición subordinada con el país vecino. Como me pareció extravagante su interpretación, me propuse volver a estudiar historia de México, para tener mejores argumentos y responderle el próximo martes, cuando iré a ver al mismo poeta recitar el mismo poema en el mismo lugar, aunque para entonces ninguno de los dos seremos los mismos.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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