¡El Paraguas!
A las 18:42 de ayer, el Servicio Meteorológico de Jalisco registró 34.7 milímetros de lluvia sobre el cuadrante de Plaza del Sol. Todo ocurrió en cuarenta minutos, pero fue suficiente para que el viejo arroyo El Chicalote, enterrado desde los años 60, intentara otra vez recuperar su cauce original. Los vecinos aseguran que es “como un fantasma que no sabe que está muerto”.
Durante la intensa lluvia se reportó el rescate de cinco personas y varios bienes de valor cultural-gastronómico realizado por una camioneta tipo pick-up, color gris, conducida por un hombre identificado como Noé Arcaraz, de aproximadamente 42 años.
La tormenta cayó en hora pico. Las imágenes captadas por cámaras de seguridad muestran cómo la corriente comenzó a subir sobre los neumáticos. Arcaraz, quien salió del trabajo a las 18:15, había visto que el cielo teníauna tonalidad opaca,propia de las lluvias de arrastre. En el cruce de López Mateos y Mariano Otero, el tráfico colapsó.
Su primer rescate fue de dos mariachis, uno con guitarra y otro con trompeta, que se habían quedado varados en un sedán blanco. El motor ya no respondía, por lo que Arcaraz detuvo la camioneta y los subió. Uno de ellos traía una funda de guitarra que escurría agua como si estuviera llorando.
Apenas cinco minutos después, a la altura del centro comercial, observó a una pareja que, con el agua hasta las rodillas, sostenía con desesperación dos contenedores. Les ofreció resguardarse en el vehículo y aceptaron de inmediato. Una vez dentro, se supo que protegían tortas ahogadas, todavía envueltas en papel encerado, que aún exhalaban un aroma tibio a pan y salsa. Resultó que los nuevos pasajeros tenían un local en Mexicaltzingo y regresaban de un evento interrumpido por la lluvia. Al saber que compartiría el trayecto con desconocidos, la mujer abrió las cajas de plástico y, sin ceremonias, ofreció una torta a cada pasajero. Los mariachis aceptaron de inmediato, y Noé Arcaraz, después de dudarlo un instante, decidió adelantar su cena.
El tercer pasajero apareció casi al final de la avenida, justo donde la corriente era más intensa. Un hombre de sombrero y botas, empapado, le hizo señas a Arcaraz para que se detuviera. Era un pequeño productor de una tequilera de Amatitán que, tras una cata en la ciudad, se dirigía a la casa de un familiar donde suele hospedarse. Llevaba entre los brazos un contenedor de madera con seis botellas envueltas en papel periódico. El productor se acomodó en la orilla del asiento, protegiendo su mercancía con ambos brazos.
Para entonces, el agua ya cubría la mitad de las llantas. Según el relato del conductor, entre el parabrisas y los reflejos de los faros pudo distinguir la fauna que la corriente arrastraba: una cucaracha de gran tamaño aferrada a un pedazo de unicel; una rata que nadaba con técnica depurada haciael desagüe; y una carpa que solo podía provenir del Jardín Japonés de Colomos y que, según testigos, “nadaba en sentido contrario a la ciudad, como si hubiera reconsiderado su decisión de vivir en Guadalajara”.
La travesía duró cuarenta minutos. Finalmente, Arcaraz encontró un tramo de calle transitable para el descenso de los pasajeros en la colonia Chapalita, donde una paloma picoteaba una rama de olivo. Bajaron primero los mariachis, todavía empapados, pero con los instrumentos sin daños mayores; uno de ellos le agradeció con un apretón de manos y el otro, en voz baja, le dio su tarjeta con la promesa de hacerle un descuento especial en caso de que necesitara música en vivo. La pareja de las tortas ahogadas descendió después; revisaron las cajas de plástico y confirmaron que la mayoría había sobrevivido al viaje. Le ofrecieron una más a Arcaraz “para el camino”. Por último, el productor de Amatitán se acomodó su carga entre los brazos, como quien lleva un encargo sagrado, y se alejó sin decir palabra, levantando apenas la mano en señal de despedida. Cuando la camioneta volvió a quedar vacía, el agua seguía corriendo calle abajo, pero ya con la fuerza mansa de algo que empieza a retirarse. Al encender el vehículo, Noé pudo ver un arcoíris por el retrovisor.
Así es como “el arca de Chapalita” logró la salvación de las valiosas provisiones transportadas, que serían suficientes para reiniciar Guadalajara si la ciudad hubiera quedado bajo el agua. Y aunque los que se dedican a medirlo todo no avalen hipótesis como esta, hay verdades que no se calculan en milímetros de lluvia, sino que flotan intactas en la memoria, adornadas con lo que el aguacero no pudo llevarse.
