Política

Lotería tapatía (parte 25)

  • Doble P: Periodismo y Política
  • Lotería tapatía (parte 25)
  • Alan Ruíz Galicia

El periodista!
El periodista!

Ser periodista es una credencial para estar en lugares a los que no tendrías acceso, inmiscuyéndote en asuntos ajenos—incluso afectando vidas privadas— en nombre del bien público; paradójicamente, al hacer todo esto —que es insensato— cumples con tu deber.

Esta es la historia de dos hombres que, separados por el tiempo, están conectados por un hilo invisible. El primero de ellos se coloca frente a un mandatario: es un acérrimo crítico de las acciones de este funcionario durante su gestión y, en su opinión, representa todo lo que está mal en el ejercicio del poder. Su sueño es que este pez gordo caiga, y con él, lo más nefasto de sus políticas. Sabe que, si logra su cometido, puede ser amado por algunos, pero odiado por la mayoría. Sin embargo, ese es el destino que eligió, así que se acerca al hombre poderoso, quien lo ve venir: el mandatario sabe que tiene que atenderlo, pues su poder obliga a ciertas concesiones, como la de interactuar con periodistas. Así que ambos se encuentran frente a frente, como un peón y un rey en un ajedrez monstruoso, y entonces solo escucha un “¡Clic!”, “¡Clic!”, “¡Clic!”

El otro Toral vive en Lagos de Moreno. Es periodista policiaco. Ésta semana se despierta temprano, para hacer su rondín: visita a los Bomberos, a la Estación de policía, al Ministerio Público, Tránsito y Cruz Roja. Se habla con todo mundo, y para que cooperen con sus preguntas, les lleva el periódico y les ofrece un cigarro. Fuman juntos. Quiere que le cuenten lo que pasó durante la noche, para que no se le vaya ninguna noticia. Pero en esta ocasión, no pasó nada. Eso es lo peor para un periodista, que es alguien que vive del acontecimiento. Así que, sin ganas, redacta una nota desabrida sobre un tema casi agotado, pero que todavía no han aclarado las autoridades.

Este Toral espera que haya más acción la próxima semana, cuando le toca cambio de rol con su compañero; entonces estará a su cargo el turno nocturno, que consiste en sentarse a escuchar el radio de circuito cerrado durante su guardia, y ser el primero en llegar en caso de que las autoridades reporten algún incidente. Le gusta esa adrenalina: la emoción de ser el primer testigo de una escena, o de irrumpir cuando una balacera acaba de terminar; quiere ser el que obtiene la declaración insólita o el documento oculto. Es un cazador de eventos y un revelador de secretos, que se mantiene despierto, mientras otros duermen, en medio de la noche, en el agitado y turbulento siglo XXI.

Recientemente le tocó cubrir un asesinato. Un hombre con cierto poder mató a un pastor. Había todas las pruebas: el arma, el motivo, la circunstancia… pero quien lo hizo tenía contactos “de arriba”, así que la consigna era que no tocara la cárcel. El Ministerio Público compartió información del caso con Toral —el ser humano real nunca deja de sorprender: hay gente decente en los sitios más inesperados—con la esperanza de que se convirtiera en un asunto de conocimiento público, para que, con cierta presión social, pudieran meterlo a la cárcel. Pero ni así, porque en este mundo salvaje hace falta más que un ministerio público con escrúpulos y un periodista justiciero para cambiar las cosas. Así que el caso nunca se resolvió.

Ambos Torales se parecen: desconfían de la autoridad, y cuando la descubren corrupta, hacen lo que les toca para que se hunda por el peso de sus propias culpas. Saben que habrá que pagar un precio, pero tienen un llamado misterioso del que no pueden —ni quieren— escapar. Los dos Torales viven el vértigo de los años veinte; aunque separados por una centuria, a ambos les toca vivir en medio de un país bravo, que padece los estragos de una guerra, con inseguridad en los caminos, incertidumbre generalizada, y grupos de civiles armados que se enfrentan al Ejército Nacional.

El primer José Toral mató a Álvaro Obregón y fue a la cárcel, para ser procesado como criminal. El segundo José Toral no pudo meter a la cárcel a un criminal. El bisabuelo Toral murió fusilado; el bisnieto Toral hace todo para que no sea su caso. Ambos son accidentes en la trayectoria de un poder que, sin el tropiezo con este agente, seguiría su paso aparentemente invencible. De alguna manera inalcanzable, los dos Torales son la manifestación de un mismo principio: en todas las épocas habrá alguien que le recuerde al poder que tiene límites. 


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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