Política

Lotería Tapatía (parte 15)

  • Doble P: Periodismo y Política
  • Lotería Tapatía (parte 15)
  • Alan Ruíz Galicia

El cuenta cuentos
El cuentacuentos!

Esta es la historia de “Los mil Volkswagen rojos”: hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy, muy lejano, cuatro hermanos fueron capturados y recluidos en una habitación por un hombre muy malvado, quien, valiéndose de tretas y engaños, logró seducir a la madre de los pequeños. Ellos lo pasaban mal en cautiverio, pues no podían salir a jugar a la calle, ni platicar con sus amigos, ni tener ningún tipo de entretenimiento. El hermano mayor se dedicó a cuidar a la manada; el segundo, nuestro personaje, encontró otra manera de ayudar a sobrellevar la situación: decidió entretener a sus dos hermanas menores y a su hermano con distintas actividades y divertimentos.

Primero, les propuso recoger todas las basuras de una alfombra, y que ganara quien tuviera más. Cuando se aburrieron de eso, inventó algo nuevo, que era mirar por la pequeña ventana de la habitación, que daba a la calle, y contar los Volkswagen rojos que pasaran. Cada vez que veían uno, saltaban de la emoción, y lo señalaban. De esa manera mantenían un buen ánimo, transportaban su mente a otro lugar, y podían sobrevivir a la situación de abuso y de violencia. ¿Cuánto tiempo estuvieron encerrados? Nuestro protagonista no lo sabe a ciencia cierta, pero recuerda que contaron mil Volkswagen rojos.

En “El Conde de Montecristo”, durante su cautiverio en el castillo de If, el personaje principal, Edmond Dantés, cuenta varias veces las setenta y dos mil quinientas diecinueve piedras que conforman su celda, lo que muestra cómo, en un entorno de encierro, la mente humana busca desesperadamente alguna forma de estructura, orden o actividad para resistir la desesperanza. Cuando le cuenta esta práctica al Abate Faria, quien llevaba más tiempo encarcelado, el viejo clérigo le contesta: “No me digas que todavía no les has puesto nombre”.

La primera vez que vi a Gil, estaba contando una historia apasionante ante los ojos asombrados de un grupo de niños en el jardín de Mexicaltzingo. Lo vi caracterizado como cuentacuentos; me pareció una hazaña que logró obtener la atención plena del grupo de niños que retozaba en la plaza, quienes dejaron de jugar futbol para sentarse a su alrededor y escucharlo. Después, me enteré de que es un periodista y radiodifusor, que ha dado clases a niños en una escuela Montessori y que imparte un curso desde hace años en el ITESO. Sin embargo, sobre todas las cosas, es “un coleccionista de palabras y de historias”, como él mismo se describe. Gil es un hombre quijotesco y genuino que puede conversar con quien se permite escucharlo, y demuestra una enorme capacidad para percibir los detalles del mundo que nos rodea, de manera que está siempre a la caza de los secretos que la vida solo le muestra a quienes se dejan seducir por sus misterios.

Gil me cuenta que llegó con su mamá y sus hermanos a Guadalajara cuando era niño, para escapar de la violencia de su padrastro. Carlos, su hermano mayor, no quiere acordarse de la época de su cautiverio, mientras que Gil no la puede olvidar; sus hermanas, Ana y Claudia, eran muy pequeñas, de manera que una no la recuerda, y aunque la otra ha mostrado interés en saber más detalles de lo que pasó, se ha encontrado con que sus hermanos no quieren hablar de esa etapa, en la que tuvieron que hacer de todo para sobrevivir y protegerla. En cualquier caso, Gil es un ser humano que, desde aquellos años, encontró maneras de salvarse a sí mismo y a quienes lo rodean a través de la imaginación.

Gil me dice que su peor defecto es la empatía. Le respondo que es una virtud, y de las más nobles; sin embargo, él revira que, cuando tienes tanta capacidad para sentir, duele más vivir en un mundo en el que la bondad y la amabilidad son bienes escasos. Cuando le pregunto sobre cuál considera que ha sido su peor error, me confiesa que es la pobreza: “nunca me dediqué a ganar dinero, no supe cómo hacerlo, y ahora veo a otros con sus casas, con sus vidas tranquilas y resueltas, y me da pesar no ser bueno para eso”.

Ahora Gil tiene una hija, a quien le enseña sus mejores cualidades: navegar con gracia entre los peligros de la ciudad, desarrollar su capacidad de observación y darle un sentido más profundo a cada uno de sus actos. Me cuenta que, en una salida reciente, él no tenía mucho dinero en la bolsa como para invitarla a comer en un restaurante, así que le dijo: “te voy a enseñar cómo comía tu papá cuando era joven”. Fueron a comprar a la tienda un birote, jamón y mayonesa, y se prepararon un lonche; después, se lo comieron juntos, sentados en una banquita de la ciudad, mientras veían pasar la vida. Ambos lo disfrutaron mucho.

En cada época y lugar, las palabras han servido para sembrar esperanza, construir mundos donde se pueda respirar y encontrar sentido cuando todo parece perdido. En los momentos más oscuros, cuando la realidad amenaza con aplastarnos, las historias pueden abrir ventanas donde solo hay muros y crear caminos donde parece que no hay salida. Edmond Dantés encontró en los libros la fuerza para no rendirse; Gil descubrió en la narración y la imaginación una ruta para transformar su dolor en un puente hacia los demás. Eso explica por qué una niña a la que le daba clases un día le confesó: “Gil, a veces no te das cuenta de las alas tan grandes que tienes”.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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