Mucho más que una contienda personal por el poder entre Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum, en Morena se disputa el próximo modelo de nación, neoliberal o de izquierda, cuyo desenlace conoceremos muy pronto el 6 de septiembre.
Ebrard, formado en el salinismo, posteriormente abrazó sus creencias según las coyunturas políticas, mientras que Sheinbaum se ha mantenido firme en la línea de la izquierda democrática.
A los 18 años, Ebrard ingresó al PRI cuando era estudiante en El Colegio de México, alumno favorito de Manuel Camacho Solis, quien lo adoptó como su discípulo político. Ahora pretende gobernar al país como abanderado de Morena, cuando hace solo doce meses se adhirió al partido.
Por su parte, Sheinbaum se formó en los movimientos estudiantiles de la UNAM, participó en el Consejo Estudiantil Universitario, apoyó al movimiento democrático encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y se afilió al PRD y a Morena desde su fundación.
El aprendiz Ebrard había hecho méritos en la campaña de Salinas de 1988 como coordinador de asesores del secretario general del PRI (Camacho), cuando a Cuauhtémoc Cárdenas le robaron la elección con la infame “caída del sistema”.
Como secretario general del PRI-DF, realizó en las elecciones de 1991 la costumbre antidemocrática del “carro completo”, al ganar todos los distritos electorales del Distrito Federal.

Ebrard admiraba a Salinas porque consideraba que su gestión como presidente había cambiado para siempre el sistema político mexicano y su proyecto económico haría irreversible la incorporación de México al primer mundo, como socio de Estados Unidos.
Al irrumpir el EZLN, Salinas lo nombró asesor político en Los Pinos, lo cual es poco conocido. Despachó en el penthouse del cercano edificio de Constituyentes 161, pero con pleno acceso a la oficina presidencial.
Años antes, el 13 de septiembre de 1992, el funcionario de 32 años fue seleccionado por Salinas para ser el orador oficial en el aniversario luctuoso de los Niños Héroes, debido a su cercanía y afinidad.
En su discurso, el recién nombrado secretario general de Gobierno del DF, en acuerdo de Camacho con el presidente, se deshizo en elogios a Salinas: “Hay en la conducción del país lealtad a la patria”, afirmó.
Ahí en Chapultepec, ante los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, el hoy precandidato presidencial de Morena, dijo que existían “plenas libertades” cuando numerosos militantes de la izquierda democrática perdieron su vida:
“En los últimos años se han vivido tensiones sociales, conflictos políticos, cambios profundos en varios órdenes de la vida nacional y un vigoroso pluralismo en la convivencia democrática, pero con una orientación política que ha permitido que existan plenas libertades y estabilidad que las garantiza” (El Universal, “Clara, la lección de los Niños Héroes ante la agresión extranjera”, Arturo Zárate, 14 de septiembre de 1992, cintillo, primera plana).
Ahí, en el Altar a la Patria, Ebrard fue consagrado como fiel cachorro del salinismo, defensor del dogma neoliberal, promisorio destino para el abanderado de una nueva generación, capaz de prolongar el proyecto transexenal de Salinas.
Veleta que cambia según los vientos, saltimbanqui que brinca de un lado a otro, travesti del arcoíris que refleja el mutante prisma: tricolor, verde, violeta, amarillo, naranja, guinda…
Salinas consideraba a Ebrard como el mejor cuadro que se había formado en su administración. Hoy es precandidato presidencial de Morena.