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Feliz Navidad

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Hoy se celebra la Navidad en millones de hogares de todo el mundo. ¿Qué nos dejó aquel hombre extraordinario que nació hace 21 siglos para que tanta gente lo siga venerando? Un evangelio fundado en el amor, un amor profundo y desafiante como nadie ha proclamado jamás. “Amad a vuestros enemigos”, dijo, “bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”. ¡Ni más ni menos! Predicó el amor a Dios, a padres e hijos, al prójimo e incluso a quienes la condición humana nos llevaría a odiar. Esta “locura” refleja, a juicio mío, la divina singularidad de Jesús. “Quien es capaz de exigir eso”, le escuché un día citar a mi padre, “o es un mentecato o es el hijo de Dios; por eso no tengo duda de que Cristo, sabiduría encarnada, es el hijo de Dios”.

Todas las religiones son valiosas, desde luego. Yo respeto a quienes profesan una u otra, y también a agnósticos y ateos. Tengo, por fortuna, buenos amigos entre todos ellos. Pero me quedo con la fe de mis mayores por ese sustrato amoroso, tan hondo como estremecedor y vivificante, que superó la ley del Talión para proclamar el perdón como condición de convivencia armónica entre los mortales. ¿Podría alguien concebir una civilización más edificante y sublime que aquella en la que todos se esforzaran en amar y perdonar? Ese amor radical y ese perdón aspiracional constituyen una utopía digna de perseguirse a golpes de fe y razón. Ya se sabe: quien apunta al suelo se hunde, quien apunta al cielo vuela.

Sé que no soy quién para hablar en nombre del cristianismo. Soy un pecador estándar, para usar la expresión que tantas veces les escuché decir a mis correligionarios —nunca mejor usado el término— Carlos Castillo Peraza y Froylán López Narváez, y estoy lejos del ideal amoroso y perdonador de Jesucristo. Pero esa, la prédica relatada por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, es mi brújula religiosa. La asumo como un llamado a vivir con honestidad, a hacer el bien, a actuar con misericordia. Ama y haz lo que quieras, prorrumpió san Agustín, sabedor de que quien verdaderamente ama es incapaz de hacer el mal. Por lo demás, mi religiosidad, si no profana, es heterodoxa, pues creo que la humanidad pide a gritos más honradez y generosidad que apego a reglas litúrgicas o sacramentos. Tengo para mí que el mundo sería mejor si el creyente no se conformara con ir al templo y rezar sino que, prioritariamente, se ocupara en combatir la corrupción y la injusticia. Aunque admiro a quienes cumplen cabalmente con ambas cosas, si tengo que escoger prefiero al que vive su religión todos los días y privilegia el fondo sobre la forma.

En fin. En este día tan especial para quienes quisiéramos a tumbos y con todas nuestras imperfecciones seguir el ejemplo de Jesús, les deseo a mis lectores una feliz Navidad. Lo digo así, con todas sus letras, porque creo tanto en el cristianismo como en la libertad de cultos y en la libertad de expresión que me permiten manifestar aquí, sin ambages, la fe que profeso, aun ante nuestro círculo rojo jacobino que pareciera desear que nadie pronuncie públicamente el nombre de Dios, sea o no en vano. Estos son mis deseos navideños: que Dios les bendiga a ustedes y a sus familias, sean cuales sean sus creencias, y que sean felices hoy y siempre.


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Agustín Basave
  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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