Cultura

Pueblo Mágico

Viesca, Coahuila. No es la primera vez que vengo. La cuarta, creo. Pero es la primera vez que advierto algo: la primera vez que estuve aquí, Viesca era un pueblo normal. Bajo el programa de Pueblo Mágico, el gobierno federal inyectó recursos a una serie de pueblos en todo el país con el afán de dejarlos bonitos y así estimular el turismo. Se suponía que se iban a realzar los atractivos ya existentes. El problema, por lo menos con Viesca, que quien quiera que haya diseñado la manita de gato que le dieron, estaba pensando en Disneylandia. Alrededor de la plaza de armas, negocios y casas están pintados con colores llamativos, muy mexicanos, sí, pero lo que no me queda claro es si esos colores chillones son los que siempre ha habido aquí. No lo creo. Son colores y tonos que uno encuentra en Tlacotalpan, por ejemplo, no en un pueblito del semidesierto coahuilense. Esos tonos no terminan de encajar con la estética del entorno ni con la historia del pueblo, y mucho menos con las costumbres e idiosincrasia de su gente.

Luego está el tema de los letreros y anuncios. Rótulos y láminas con nombres como Lonchería Juany, Carnicería Don Augusto, Florería Chonita y Gorditas Lily. La tipografía es antigua, como la que se encuentra uno en Guanajuato. Será como del siglo XVII. El tema es que Viesca no se parece ni tantito a Guanajuato. Nada que ver. Viesca es un pueblo fundado por familias que venían de Parras y que se establecieron por la presencia de manantiales. La estética general es inquietante; todos los locales y casitas se ven iguales. El sitio parece como salido de un cuento transformado en parque temático. Emulando quizá los pueblos de fachada de alguna producción western hollywoodense, a Viesca lo han convertido en un pueblo falso. Pero no su gente, coño, esa continúa siendo de verdad. Ellos reconocen que la pintura y las adecuaciones tienen un sentido y una intención, pero no terminan de identificarse con ello. La gente sigue su ritmo de vida normal. En la plaza los viejitos se reúnen a conversar. Otros se sientan en las bancas y miran al cielo, absortos. Varios vehículos viejos, pero con muy buenos equipos de sonido, se pasean dando vueltas con la música a todo volumen. Un señor en bicicleta le da la vuelta a la plaza, una y otra vez.

Con la pandemia las cosas fastidiaron el ritmo del pueblo. Muchos negocios tronaron y hasta el día de hoy permanecen o cerrados o abren esporádicamente. Hay pocos lugares para cenar. Hay poco movimiento. El pueblo debe esperar las temporadas altas para medio despertar del letargo.

Viesca es y seguirá siendo un pueblito en medio de una vastedad impresionante rodeada de increíbles montañas y querer transformarlo en una kermés o parque de diversiones es un despropósito. El concepto de Pueblo Mágico puede funcionar para algunos lugares, pero hay otros que reaccionan de manera alérgica a él. A Viesca lo que hizo fue ocultarle la magia que tiene con un maquillaje ridículo, producto de una moda creada en un sexenio. Porque esa pintadita que le dieron al pueblo es como una máscara, y usarla te cambia. Una vez que te la pones, como disfraz para una fiesta o para una obra de teatro, ocurre, invariablemente, un cambio en el comportamiento, tanto en el tuyo como en el de quienes lo observan. Se asume tanto una postura como una respuesta. Para el pueblo, la gente siente que les han impuesto un disfraz que de cierta manera oculta lo que verdaderamente son. Pregunté a muchas personas que si les gustaba la estética de Pueblo Mágico: —No— contestaron—. Así no estaban las cosas antes.

La magia de este pueblo no se ha ido, solo le pintaron encima.

Ya se irá deslavando.

Adrián Herrera

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