Cultura

Medicamento

Sobre el buró de mi cama apareció un medicamento. Es una caja con píldoras. El nombre está borroso y no sé para qué sirve, pero la etiqueta dice que no debes tomar más de seis cápsulas en un lapso de veinticuatro horas.

Eso no lo entiendo.

No exceder seis cápsulas en un día. ¿Por qué? ¿Acaso no son buenas las medicinas? Para eso fueron hechas, para que el ser humano las tome y se sienta mejor. Esa noche abrí la caja de cartón de aquel medicamento y saqué una plantilla de plástico sellada con papel aluminio con una cifra impresa que denota miligramos. Pequeños nichos protegen cápsulas translúcidas que encierran alguna sustancia milagrosa, un portento de la medicina moderna. Las trago, todas.

Las píldoras viajan por mi esófago y han eclosionado, en una dosis cinco veces lo que las instrucciones permiten. Se disuelven en el duodeno y son absorbidas en el intestino. Puedo sentirlo.

Me siento bien, creo. Hasta ahora no ocurre nada; malestares, dolencias, mareos, sudoraciones, temblores, palpitaciones, disfunción renal, vista borrosa, estreñimiento, impotencia o sangrados. Mi cuerpo parece funcionar mejor que antes. Me siento tan bien, pero tan bien, ¡chingado! ¡Me siento invencible!

Ya lo he dicho; las medicinas son para hacernos sentir bien, prevenir enfermedades y dolencias y extender la vida; digo que lo son todo. Ya he comenzado a comprar toda clase de medicinas y he iniciado una dieta con ellas. Compré todo lo que pude; falsifiqué recetas y así he logrado armar una pequeña farmacia en casa. Con cada comida consumo un promedio de 60 medicamentos variados, entre cápsulas, grageas, pomadas, aerosoles, inyecciones y supositorios. Llevo semanas con esa agenda. Mi cuerpo ha cambiado. Ahora soy resistente a cosas que antes me hubieran matado o, en su defecto, llevado a una silla de ruedas o a permanecer postrado en un camastro en estado comatoso. El fuego no alcanza a quemarme por completo; mi piel se regenera tan rápido que apenas y puede notarse algún rastro de quemadura. Asimismo, me he expuesto al efecto devastador del veneno, pero no he sentido más que un cosquilleo juguetón que baja por mi esófago, recorre el intestino y hace titilar mi ano. De la misma manera intenté dañarme arrojándome a un caudaloso y violento río, y aunque la corriente me arrastró kilómetros bajo el agua golpeando mi cuerpo contra rocas, moliendo mis órganos y rompiendo mis huesos, al final terminé tendido sobre la orilla del lecho, con mi cuerpo efectuándose a sí mismo resucitación cardiopulmonar. Horas más tarde las lesiones internas y las fracturas sanaron y me fui a casa silbando una alegre melodía, como si nada hubiera ocurrido. Como pollo crudo y comida en descomposición, me como a cucharadas un kilo de azúcar al día, me he clavado repetidamente un picahielos en el abdomen, me he abierto las venas de la muñeca con un filoso cuchillo, me arrojé de un sexto piso, me volví alcohólico, fumo 4 cajetillas de cigarrillos al día, puedo ver al sol directamente por horas y mire: ¡aquí estoy, en perfecto estado de salud!

Por eso abogo a favor de la causa de los medicamentos y su libre consumo. No crean lo que viene impreso en la caja y pongan oídos sordos a lo que los médicos digan al respecto: la última palabra la tienen ustedes. Pueden tomar la medicina que quieran y en la cantidad que a ustedes les parezca adecuada. Su cuerpo se fortalecerá, serán mejores ciudadanos y vivirán el doble. A la larga, la evolución nos premiará con una longeva existencia de quinientos años, y quién sabe, ¿por qué no? hasta la inmortalidad.

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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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