Cultura

¡Máquina!

Compré una máquina de escribir. Una Remington Streamliner de 1970. La conseguí en un tallercito en el centro. Trae mantenimiento y funciona perfecto. ¿Por qué la compré? Fortuito: simplemente iba caminando, el sitio me atrapó, probé varias, seleccioné una y la máquina ya está en mi escritorio.

Tan pronto llegué al hotel me puse a escribir; de inmediato despertaron recuerdos de mis clases de mecanografía en la secundaria. La textura, los chasquidos de las teclas golpeando duro el papel y los aromas a grasa me arrebatan. Por supuesto que habiendo pasado tanto tiempo –38 años– el cerebro tarda en reencontrarse con esa información, pero luego de un rato de cometer (¡muchos!) errores, las cosas comienzan a fluir.

Aprendí en la escuela con una Olympia grande y pesada, y en casa trabajaba con una Remington Rand de los años cuarenta. Mis primeros cuentos los escribí con esa máquina.

Va usted a preguntar cuál es el objeto de tener una vieja máquina de escribir: no lo sé. ¿Melancolía? Quizá. Lo cierto es que tener un tipo de imprenta personal y portátil en casa es alucinante. ¿Se imagina tal aparato en la antigüedad clásica? La libertad que otorga un aparato así es inconmesurable. Porque aquí estamos hablando de una escritura mecanizada la cual, a diferencia del manuscrito, imprime una cualidad más fría y estructurada, más seria. Nos compromete de otra manera con la lengua. Vaya, usted puede hacer un libro propiamente con esa máquina. Además posee una estética muy particular, una que solo se dio con ese artefacto y en ninguna otra máquina o sistema. Lo que no logro explicarme es por qué semejante aparato no se inventó, digamos, en la época de la Ilustración; si ya teníamos un conocimiento de la mecánica bastante avanzado –basta con echar un vistazo a los complejos relojes de la época– hubiera esperado algún tipo de máquina de escribir. Encima, ya se tenía la imprenta, lo cual hace un poco más difícil de entender esta ausencia. Sí, se dieron aquí y allá bosquejos y prototipos, pero eran solo ideas burdas, pero no fue sino hasta 1874 cuando la verdadera máquina de escribir comenzó a evolucionar.

Comparado con una tablet, este es un armatoste fenomenal: impone. Ejerce un cierto respeto, una reverencia. Sí: lo que ayer fuera un objeto de uso común hoy ha mutado en un venerable aparato que, aunque usted no lo crea, bien podría salvar a la literatura y el conocimiento de una catástrofe. Porque debajo de toda nuestra tecnología digital hay inventos primitivos que nunca van a pasar de moda y que seguirán vigentes. Imaginemos así algún tipo de apocalipsis donde toda nuestra estructura computacional se ha ido a la mierda. Solo nos hemos quedado con el radio, el telegrama y las máquinas de escribir (y, claro, otros muchos inventos similares). Vuelva usted a construir una civilización con esos artefactos. Lo volvemos a hacer, y rápido. Porque todos los avances de hoy vienen de cosas más básicas, prácticas, útiles y versátiles. Y siempre van a estar ahí, en algún desván, bodega polvorienta o en algún museo, latentes y en espera de ser reactivados.

He pensado escribir con mi máquina algunos textos en ella y usarlos como recurso facsimilar para futuros proyectos editoriales. También voy a escribir el menú de mi restaurante ahí. O incluso escribir un libro de cuentos completo, por qué no. La estética es increíble y se presta para muchas aplicaciones.

El punto es que tengo una máquina de escribir que tiene mi edad. Ha envejecido mucho mejor que yo. Qué coño voy a hacer con ella a la larga, no sé, pero estas cosas me hacen feliz.


Adrián Herrera

[email protected]

Google news logo
Síguenos en
Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.