¿Cuándo empezamos a escribir a mano? Me refiero a usar un instrumento puntiagudo con tinta, no jeroglíficos ni petroglifos. Pudo haber sido con la pluma de un ave, o tal vez con un fragmento de cañuto o una simple espiga. Es difícil saberlo. Lo cierto es que tal instrumento logró un efecto definitorio: fluidez. La pluma consiguió establecer una conexión rápida, instantánea, entre el papel y esa parte neuronalmente profunda y misteriosa pero luminosa de nuestros cerebros. Y es que la acción conjunta de los músculos del hombro, brazo y mano es desatada de manera controlada por estos procesos cerebrales y es capaz de lograr resultados sorprendentes. Aclaro: la “escritura” en roca o sobre tabletas de arcilla no es tal, es escultura. Son alto o bajorrelieves. Se escribe sobre papel, pergamino y medios similares, con tinta o sustancias afines. A partir de esto hay que preguntar: ¿se escribe electrónicamente? ¿Debe o puede llamársele “libro” a un texto registrado digitalmente? No. Un libro es un libro y siempre lo será. Es de esos inventos que se hacen una vez y así se quedan, como la rueda o los clips de oficina.
Desde siempre he escrito a mano, con pluma fuente, y sobre un cuaderno de papel sin rayas. Luego paso lo escrito a la computadora, en Times New Roman 12 puntos. De ahí el texto pasa a la imprenta para imprimir mis libros o mis artículos del periódico.
Pienso que el archivo digital es un espectro, un émulo del mundo físico del cual procede. Una réplica útil, sin duda, pero fantasmagórica.
Ahora podemos hablar de la máquina de escribir. ¿Es acaso la bisabuela de la computadora? Nada de eso. La máquina de escribir es una especie de secuela, de secuencia evolutiva, individual y portátil, de la venerable imprenta del siglo XIV. Ese es el momento en que el manuscrito se estandariza en tipografías estéticamente diferenciadas y homogeneizadas. Se establece un consenso en cuanto al diseño, la forma de las letras. Y también debemos agradecerle a Aldo Manuzio, creador del libro moderno. Tanto la imprenta como la máquina de escribir lograron que nos concentráramos más en la información y logrando así leer más rápido.
Cualquiera puede tener una máquina de escribir. Yo lo considero un lujo, un privilegio, como lo fuera poseer libros escritos a mano en otros tiempos. Hoy ya nadie valora el tener libros porque hay muchos y son baratos, y tampoco se le presta atención a la máquina de escribir porque la impresión inmediata por computadora la ha sustituído.
Leyendo los diarios de Virginia Woolf doy con algunos pasajes donde reconoce una especie de flujo de conciencia profundo que ocurre después de una rato de estar escribiendo a mano. Es cierto: los procesos neuronales que desencadenan los movimientos musculares son capaces de hacernos entrar en una especie de trance que facilita el flujo de información. Tal vez algo similar ocurra con el tecleado a mano, pero en mi experiencia el proceso percutivo de teclear no posee la capacidad de procurar los fenómenos más complejos de la escritura a mano.
Léase todo lo anterior como un intento de convencer, de persuadir y de abogar por la escritura a mano. La semana pasada hablé de leer, hoy toca escribir. Es un ejercicio indispensable para mantener esta correlación con la realidad, esta manera de establecer conjeturas congruentes, de crear esta combinación de flujos, de intercambios orgánicos y concretos.
Escribir es una cualidad única de nuestra especie. Escribir es continuar, mantener, y enaltecer nuestra civilización.
Adrián Herrera