Preparar a los muertos es un proceso que nos ha acompañado desde la prehistoria. Los arreglamos ya sea para un viaje eterno o para un breve velatorio y funeral. Pero la historia es la misma.
Cirilo lo hace desde hace 30 años.
-Tú tienes contacto frecuente con la muerte; ¿cómo es?
-Silenciosa, astuta. ¡Y muy paciente!
-¿Qué sientes cuando trabajas sobre un cadáver? ¿Piensas en quiénes fueron, en sus vidas?
-No. Solo son cuerpos. Allí no hay nada ya, todo se ha ido, recuerdos, sensaciones, deseos, todo.
-¿Por qué lo haces?
-Es un poco como arreglar maniquíes para colocarlos con sus trajes y vestidos en un escaparate iluminado. Desde el otro lado de la vitrina los transeúntes ven rostros limpios y sonrientes luciendo prendas de moda. Al final nadie se acuerda de los rostros: todos son iguales. ¡Siempre sonríen! Mi hermana cuando era niña hacía lo mismo con sus muñecas. He intentado arreglar los cadáveres para que luzcan sonrientes. Sí: bien tiesos y fríos pero contentos. También he querido presentarlos con la boca abierta, con expresión de terror. Pero la gente los quiere serios, inexpresivos, porque no se quieren acordar de ese día; le tienen miedo. Mire, soy un taxidermista de lo humano. Un artista. Al muerto lo suelo transformar para que parezca que está descansando. De ahí pasan dos cosas; o incineran el cuerpo o lo entierran. Y ahí viene lo interesante, porque si lo queman es como arte efímero, y si lo guardan en su féretro se va descomponiendo bajo tierra de manera muy peculiar, y así se convierte en un arte cambiante. Por eso siempre me han fascinado esas granjas de cadáveres que hay en los EU donde dejan que los cuerpos se vayan pudriendo en una variedad de circunstancias y condiciones para que los forenses estudien el proceso.
-¿Le hubiera gustado estudiar medicina?
-Lo intenté. El primer año me tocó anatomía y me fascinó. Lo mejor eran las disecciones; me molestaba muchísimo que se terminara la clase, ¡yo quería seguir cortando, exponiendo músculos, arterias, vísceras! Fue por eso que reprobé deliberadamente, para llevar el curso otra vez. Pero al final me corrieron.
-¿Qué pasó?
-Construí una pecera bien grande en el sótano de mi casa y la llené de formol. Luego intenté robarme un cadáver.
-Te sorprendieron.
-Sí. Fue en el estacionamiento; uno de los médicos me vio, llamó al guardia y regresaron el cuerpo al anfiteatro. Creyeron que lo sacaba para hacer una broma pesada y eso me costó la carrera. ¡Qué bueno que nunca supieron la verdad!
-¿Y la pecera con el formol?
-La llené de vísceras y cabezas de animales. Le puse un foco de esos que cambian de colores en la parte de abajo; el efecto es muy llamativo.
-Dime una cosa, si se te muere un familiar, ¿te encargarías de prepararlo?
Cirilo se me quedó viendo como ido, quizá queriendo eludir la pregunta. Pero volvió al momento y contestó:
-Lo he pensado. Creo que tendría que hacerlo.
-¿Por qué?
-Porque otro lo hará y yo sé cómo trabajan; es un asco. Prefiero que sea yo quien haga el trabajo. Después de todo son de los míos, ¿no? Como decían los antiguos, “en la vida y en la muerte”.
Entonces hay un corto en aquella fría cámara y la luz de las lámparas titila, nerviosa.
-Eso me recordó a las películas de terror donde los muertos son reanimados por un médico excéntrico o un espíritu se apodera de sus cuerpos. ¿Cómo lo ves?
-Pendejadas. Nada de eso existe; ni es real ni puede ocurrir. Además, esas películas no dan miedo.
-¿Pero no te da miedo de repente estar trabajando solo con los cuerpos?
Contrae los labios y echa un vistazo alrededor.
-A veces sí.
-¿A qué le temes?
-No sé. A los cadáveres no. Hay algo que me asusta, me aterra, pero no logro identificar qué.
-¿Quizá verte a ti mismo sobre una de esas planchas, inerte, mientras una máquina te bombea formol en el sistema circulatorio?
-Puede, sí. Pero ¿sabes? Ese día es posible que finalmente logre escuchar todo lo que la muerte me ha callado. Porque, aquí, entre todos estos cuerpos, siempre he estado al pendiente, escuchando, y nada.
Ese día me voy a enterar.