La quinta entrega de la serie de películas centrada en una de las atracciones del parque Magic Kingdom, de Disney, llega a cartelera este fin de semana y no es precisamente la clase de estreno que hace que uno se arremangue la camisa, se truene los dedos y se ponga cómodo frente al teclado para reseñar. Durante los casi quince años en que esta franquicia ha visitado las salas de cine, su desempeño en taquilla ha sido innegable. No tanto así su repercusión en la cultura pop, dominada por superhéroes y magos. En 2006, 2007 y 2011, los años en que se estrenaron sus secuelas, frente a otras sagas más oscuras y sofisticadas, Piratas del Caribe se sentía básica y genérica, como el tema de una fiesta infantil o el disfraz para la noche de Halloween. En 2017, el año en que muchos nos confesamos fatigados de los arquetipos de héroes, de las fórmulas narrativas y las cicladas fuentes de inspiración del cine comercial “moderno”, esa simpleza de la que me quejaba resulta una inesperada virtud.
Sin anunciar que esto se trata de un reboot, sus productores aplican disimuladamente un reinicio en el que vemos a nuevas generaciones de protagonistas relevar a la dupla romántica de Will Turner (Orlando Bloom) y Elizabeth Swan (Keira Knightley). Siguiendo el curso de eventos de At World’s End (2007), la tercera de las cinco películas (vamos a pretender que todos nos acordamos en qué termina, luego busquémosla en Wikipedia), La Venganza de Salazar retoma el hilo narrativo mostrándonos a Henry (Brenton Thwaites), hijo de Will y Elizabeth, como soldado de la marina real británica en una embarcación que choca contra un barco naufragado en una zona conocida como el Triángulo del Diablo. En el accidente, los fantasmas del barco despiertan y toman a la tripulación de rehén. El capitán de los muertos, Armando Salazar (Javier Bardem), le perdonará la vida a Henry con tal de que lo conduzca hasta un hombre que Henry conoce bien y es la causa de todos los problemas en estas películas: Jack Sparrow.
Como ya se ha visto en todas sus producciones anteriores, Piratas… invierte todo su dinero y ambición en el elenco, el maquillaje digital en la caracterización de personajes y el diseño intrincado de las secuencias de acción, dejando al guión como última prioridad. A estas alturas, y a juzgar por su éxito en taquilla, su audiencia lo sabe y lo acepta. Con todo y la falta de una historia mejor escrita, La Venganza de Salazar es una función disfrutable. En los roles de Jack Sparrow y Hector Barbossa, Johnny Depp y Geoffrey Rush repiten su célebre rutina de enemigos a muerte. En comparación a estos dos consagrados, las nuevas adiciones al reparto se ven superficiales. Si quieren saber qué le pasó a la niña del exorcista, treinta años después, la respuesta es la cara de Javier Bardem como el nuevo villano. Mientras que Depp y Rush saborean sus papeles con vestuario y maquillaje reales, el comprobado talento de Bardem para encarnar a seres malvados aquí se ve saturado de CGI. Fuera de sarcasmos, su look es impecable. Los nuevos y jóvenes personajes, Henry y Carina, evocan por mucho a los de Orlando Bloom y Keira Knightley; sin sustituir por completo lo que aquellos dos aportaban a cuadro.
A Piratas del Caribe: La Venganza de Salazar le falta un guión que desquite sus contrataciones sobrecalificadas (Depp, Rush, Bardem) y costosos valores de producción. Para efectos de pasar el fin de semana, su esencia old school, old fashion, old spice la hacen un bienvenido descanso de los blockbusters modernos.
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