Recuerdo con toda claridad que iba yo en sexto de primaria cuando se estableció el Día Internacional de la Mujer, en un lejano 8 de marzo de mediados de los años 70. Y lo tengo muy presente porque concursé en un torneo de oratoria con ese tema que, en ese entonces, francamente le importaba a muy pocos, salvo a la esposa de Echeverría, la compañera María Esther, que andaba en todos los mitotes. Por provenir mi rollo de escuelas activas que combinaba el vanguardismo con un espíritu romántico, pero naive que todavía no domino, evidentemente no fue bien valorado por los jueces y terminé perdiendo aquel concurso.
Mil años después, México ha cambiado y de aquellos tiempos de machos y cavernicolitas queda muy poco. Hoy las mujeres pueden estar contentas de vivir en una nación moderna donde no se les margina ni se les ve menos, y en la que prácticamente no hay feminicidios (menos en el Edomex, que es un paraíso donde no se les toca ni con el pétalo de una mala prosa eruvielina), ni acoso sexual, ni textual y mucho menos se vive bajo la inminencia constante de una alerta de género.
Gracias al compromiso boyante y sonante de los gobiernos priistas y panistas, con la debida contribución de nuestra clase política de avanzada, y con el apoyo de instituciones open mind como la Iglesia y las asociaciones de padres de familia, el papel de la mujer en esta patria es indudablemente protagónico. Tratadas de igual a igual que los hombres, sin un ápice de injusticia ni de abuso, ya no están condenadas a ser como Sara García ni Libertad Lamarque, ni vivir en la encrucijada maniquea de elegir entre ser santas o putas.
Gran suerte han tenido las mujeres de hoy en el México de mis narcorrecuerdos, de vivir estos tiempos plenos de oportunidades, despojadas de atavismos medievales y ajenas al derecho de pernada cultural que se vivía en otras épocas turbias, cuando el feminismo era encarnado por Lupita D’Alessio.
Con la anuencia de Dios y el supremo gobierno, desde la más humilde de nuestras indígenas hasta la más lady de nuestras lobukis, están en condición de vivir el mexican dream y acabar con una casa blanca, una candidatura en el Edomex o escribiendo planas con el mantra aspiracional del “sí merezco abundancia”.
Para la mujer mexicana de 2017, el sueño no es tener una habitación propia como pedía Virginia Wolf, porque ya tienen su casa emocional en Malinalco; ni tampoco buscan seguir los caminos labrados por Simone de Beauvoir, pues en vez de segundo sexo ya tienen la Exposexo; ni quieren perder el miedo a volar como clamaba Erica Jong porque para eso están del otro lado de la misoginia con Maluma y los narcocorridos.
Las cosas van tan bien, como si estos temas hubiera sido incluidos en las reformas estructurales, que el feminismo en México se ha vuelto casi irrelevante.
Feliz Día de la Mujer.