Entre sus tres hijos varones, un trailero, un sacerdote y un trabajador del campo, don Abundio percibía mayor riesgo en el primero de ellos, en el trailero, porque por la naturaleza de su trabajo está expuesto a asaltos, accidentes o lesiones que lo pueden llevar, incluso, a la muerte.
Es justo el pensamiento de don Abundio y de sus hijos, focalizado en los riesgos, el pilar de esta historia; la de una familia que, tras un sorpresivo golpe del destino, encontró una manera de seguir adelante con la certeza de que, a veces, la muerte no solo quita, sino que también deja.
De los tres hijos varones que procrearon don Abundio y doña Manuela, cada uno eligió su destino. El mayor de ellos, Víctor, decidió ir por el camino de la fe y se convirtió en sacerdote; el segundo, Vicente, se quedó en el campo, cultivando la tierra que su familia ha trabajado por generaciones; y el menor, Alberto, se dedicó a las rutas largas como trailero.

En su corazón, don Abundio sentía que la vida de su hijo menor corría mayor peligro en las carreteras, lejos de casa, expuesto a accidentes, fatiga y a la soledad del camino. Y cada que su hijo partía a un viaje, don Abundio enfrentaba un sentimiento de orgullo y miedo.
El Secretariado Técnico del Consejo Nacional para la Prevención de Accidentes, incluye a los accidentes de tránsito entre las 10 principales causas de muerte en México.
El Sistema para la Adquisición y Administración de Datos de Accidentes (SAADA), desarrollado por la Coordinación de Seguridad y Operación del Transporte del Instituto Mexicano del Transporte (IMT), registró en el periodo de 2018 a 2022, un total de 14 mil 478 personas fallecidas y 39 mil 432 heridas en accidentes de tránsito ocurridos solo en la red de carreteras federales del país.
Durante el año 2023, según los registros del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 4 mil 803 personas perdieron la vida en accidentes de tránsito terrestres en zonas urbanas y suburbanas, y otras 90 mil 500 resultaron heridas.
De acuerdo con estas estadísticas, don Abundio no está tan equivocado en pensar que su hijo el trailero está expuesto a mayores riesgos, y no es que le desee la muerte a su propio hijo o que le ocurra algún accidente fatal, sino que está consciente de los peligros que implican algunas actividades en el mercado del trabajo.
“De todos mis hijos, yo veía en mayor riesgo a él”, dice mientras está sentado en la cabecera de la mesa de la austera cocina de su humilde vivienda y tiene de frente a su hijo, Alberto, el trailero, quien disfruta una sopa caliente.
Contrario a la vida laboral de Alberto, que combina el riesgo y la adrenalina en las carreteras; Víctor, el sacerdote, llevaba una vida completamente distinta. Los domingos, era visitado por sus padres en la iglesia, en ocasiones también por sus hermanos quienes lo acompañaban a predicar.
“Su forma de vida era eso, la iglesia, y no cambiaba nada por estar allá; aunque él también era un hombre de campo, sabía que tenía que servirle a la iglesia”, relató su hermano, Vicente.
Después de haber vendido tacos, zapatos y hasta refrescos, Víctor estaba convencido y en paz con su misión en la iglesia; se ordenó como sacerdote el 15 de octubre de 2018. ¿Qué riesgo podría haber en un hombre que dedicaba su vida al servicio de Dios?
A don Abundio se le rodaron algunas lágrimas, se le quebró la voz, y su esposa, doña Manuela, también rompió en llanto sin decir una sola palabra, al menos en ese momento.
“Yo creo que Dios sabe lo que hace”, expresó el jefe de familia.
La mañana del 31 de mayo de 2024, una noticia conmocionó a la población que profesa la religión católica en Tlaxcala: el sacerdote Víctor, hijo de don Abundio y doña Manuela, había muerto.

Tanto los feligreses como sus familiares lo recuerdan como un sacerdote estricto, puntual, muy puntual, formal, amable, generoso y respetuoso. Al morir, a todos les dejó una lección de fe y también sobre la cultura de riesgos y de prevención.
A sus 33 años era vicario de la parroquia de Nuestra Señora de Santa Ana, en Chiautempan, Tlaxcala; y en sus últimos días, por complicaciones de una neumonía, permaneció hospitalizado en una clínica privada del municipio de Apizaco.
Sus padres lo acompañaron todo el tiempo durante su hospitalización; el obispo de Tlaxcala, Julio Saucedo, lo visitaba, oraba por él y pedía a Dios porque mejorara su salud, lo mismo que sus compañeros sacerdotes de la Diócesis local. Hasta que el presbítero falleció.
Uno de los principios de la estadística dice que el que dos sucesos o fenómenos estén relacionados entre sí no significa que uno sea la causa del otro; se llama correlación y se puede explicar de la siguiente manera: el que un hombre ejerza el sacerdocio no es causa de que disminuyan los riesgos para él, ni siquiera el de la muerte.
En otras palabras, el que un hombre sea el conductor de un trailer no necesariamente es causa de mayor incidencia de riesgos. Es decir, que la correlación no implica causalidad.
El sacerdote Víctor, consciente de que los riesgos no eran menores para él, meses antes de morir se preparó para ese momento: contrató un seguro de vida.
Entre el deseo de seguir vivo y la aceptación de que todo ser humano morirá algún día, la decisión del cura, después de su muerte, dejó una gran lección a su familia que vive en condiciones de humildad y en una de las poblaciones con mayor pobreza en el territorio tlaxcalteca.
“Acá en la familia, estando acá en el hogar, todos sentimos la pérdida de mi hijo, pero pues, yo creo que Dios sabe lo que hace. Él no nos dejó desamparados”, apuntó don Abundio.
Tal como se lee en el segundo párrafo de esta historia, tras la muerte del presbítero Víctor, su familia encontró una manera de seguir adelante con la certeza de que, a veces, la muerte no solo quita, sino que también deja.
Dejó para su familia el beneficio de la suma asegurada de un seguro de vida que él contrató con el asesor de seguros, Javier Cervantes, y que, una vez pagado por la aseguradora, significó para sus padres y hermanos la oportunidad de planear un futuro mejor.
“El seguro de vida del sacerdote, tal vez, no cambió de manera radical la vida de su familia; sin embargo, le brindó un tema de tranquilidad económica porque él, al ser un pilar económico del núcleo familiar, lógicamente, cuando él se ausenta queda esa limitante”, indicó Cervantes.
Por razones de seguridad, todos los deudos solicitaron reservar el monto que recibieron por el seguro de vida.

La familia pudo cubrir los gastos inmediatos derivados de la pérdida, aunque contó con el apoyo de la población, y también, gracias a un seguro, tomó la valiente decisión de emprender más allá de un pequeño negocio que ya administraba, desde hace algunos años, para la venta de tortillas y comida corrida.
Inspirados por el legado del presbítero Víctor y su amor por el trabajo del campo, la familia usó la suma asegurada para apalancarse económicamente e instalar una pequeña tienda de insumos agrícolas para abastecer al mercado regional.
Y todavía con su dolor del luto, orientados por el mismo asesor de seguros que inculcó en ellos el pensamiento de la educación financiera, destinaron una parte de la suma asegurada hacia una inversión a plazo fijo, decisión que les permitirá proteger su patrimonio y tener mayor tranquilidad económica por los próximos años.
No se hicieron millonarios, como ellos mismos lo afirman, no obstante, la suma asegurada que recibieron por el seguro de vida del religioso, les impulsa a soñar con un horizonte de mejores condiciones de sobrevivencia. Para ellos es una bendición.
Y así es como una decisión financiera, con la adecuada planeación y asesoría, puede transformar, al menos un poco, la vida de una familia y también cultivar la cultura de prevención y gestión de riesgos.
“Un seguro de vida funge como un reemplazo económico ante la ausencia del pilar de la familia”, insistió el asesor de seguros.
En algunas comunidades, especialmente en zonas rurales, los seguros de vida son considerados como un lujo o algo innecesario; sin embargo, ejemplos como el que dejó el sacerdote Víctor demuestran que no se trata de un gasto, sino de una inversión en el bienestar de uno mismo y de los seres queridos.
Antes de firmar la póliza, según relató su hermano Vicente, consultó la decisión con la familia, a la que le explicó que no lo tenía que ver como un seguro para el momento de su muerte, sino como un fondo de ahorro para su retiro.
“Ya sabíamos que tenía un seguro, pero nosotros no sabíamos cómo era la forma, sino que él siempre nos dijo: ‘les voy a dejar bien dónde van a estar los papeles para cuando algo me pase’”.
Los documentos del seguro de vida siempre estaban disponibles en la mesita de noche del sacerdote. Su familia tenía la indicación de que en caso de que algo le ocurriera, en esos papeles estaban las instrucciones a seguir.
“Y yo siempre le decía, ‘¡ay hermano!, ¿qué te va a pasar?’”, narró Vicente.
A esa pregunta, la respuesta del sacerdote siempre era que toda persona debe tener presente que la vida no es eterna y que de un día para otro, todo puede cambiar.
“Y así fue con él, porque yo me imaginaba que iba a llegar a ser más viejito, pero de un día para otro, cambió la situación”, remarcó Vicente.
“Nos dejó enseñanzas; que está bien que nos aseguremos porque en un caso como estos, él como titular, pues no nos deja deudas, deja un patrimonio que si lo sabe uno administrar es como si él estuviera todavía aquí, con nosotros, y nos estuviera apoyando económicamente”.
Del padre Víctor no solo quedó un recuerdo imborrable en su familia y comunidad, a la vez heredó una valiosa lección: la conciencia de planear y prevenir, de vivir asegurados porque la muerte no solo quita, sino que también deja.
Seguros, un espejo de la cultura de prevención en México
En la última década, la contratación de seguros de vida individual, en México, creció en un 49 por ciento, de acuerdo con la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS). Las estadísticas reflejan el crecimiento de este sector y, a la par, las prioridades de las personas frente a la prevención y la gestión de riesgos.
En 2012, según informes de la AMIS, en el país había 7.8 millones de ciudadanos con una póliza contratada, cantidad que aumentó a 11.7 millones, en 2022; aunque es un crecimiento significativo este apenas representa el 19 por ciento del total de la Población Económicamente Activa (PEA) en el país, que hasta ese año era de 60 millones.
Es decir, que menos de la mitad de los mexicanos en edad productiva cuentan con un seguro de vida que les permitirá asegurar su futuro y el de sus respectivas familias.
Por ello, la historia de prevención del sacerdote Víctor Romero, y su legado que modificó las oportunidades de mejorar la vida de su familia, es ejemplo contundente de cómo una decisión financiera puede marcar la diferencia.
Y sea en un pequeño pueblo rural, como el lugar de origen de este presbítero tlaxcalteca ya fallecido, o en una ciudad cosmopolita, los seguros de vida al final prueban que son mucho más que una póliza y se convierten en una inversión para el bienestar presente y futuro de una familia.
“Hemos visto que ha crecido la conciencia de las personas en poder contar con este tipo de protección. Hay 49 por ciento más asegurados en vida individual en la última década. ¿Y por qué estamos hablando en vida individual? Porque normalmente este seguro es el que una persona decide adquirir por voluntad propia”, explicó, en 2024, Norma Alicia Rosas, directora general AMIS.
Significa que, detrás de esos números o estadísticas, hay personas que han decidido proteger su vida, a sus seres queridos y a su salud financiera.
En el primer semestre de 2025, Rosas reiteró que en México creció la conciencia social y colectiva de vivir asegurados.
“Ha habido un incremento y una mayor conciencia por estar asegurados y por tener o adquirir algunos productos que pudieran estar ligados no necesariamente al fallecimiento, sino también a otro tipo de productos, con componente de ahorro, como las becas educacionales que, en caso de que los papás llegaran a faltar, pues el hijo tendría garantizado esto. o algunos otros productos ligados a la vejez”, señaló.
Al cuarto trimestre de 2024, las primas de la industria de seguros sumaron 909 mil millones de pesos. Específicamente, la suma de primas por seguros de vida creció de 313 mil 354 millones de pesos, en 2023, a 375 mil 511 millones de pesos, al año siguiente, según la AMIS.
En pólizas por seguro de gastos médicos, la estadística incrementó de 8 millones, 384 mil 635, en 2013, a 13 millones 066 mil 237, en 2024. Respecto de pólizas por seguro de vida individual, el número creció de 7.9 millones, en 2013, a 12 millones, en 2023; es decir, que esa cantidad de ciudadanos mexicanos se ha preocupado por protegerse con un seguro médico y de vida, al adoptar una cultura de prevención de riesgos.
Sin embargo, este crecimiento ha sido desigual, marcado, aparentemente, por disparidades socioeconómicas y falta de educación financiera, según lo que reflejan las mismas estadísticas de la AMIS.

La Ciudad de México, el Estado de México, Jalisco, y Nuevo León, entidades con mayor aportación al Producto Interno Bruto nacional (PIB), según el INEGI; es decir, que poseen mayor riqueza, cuentan con la población con el mayor número de pólizas contratadas por seguros de vida individual.
En la Ciudad de México hay 2 millones 902 mil 508 ciudadanos que poseen un seguro de vida individual, seguido del Estado de México, con 1 millón 196 mil 919; Jalisco, con 674 mil 209, y Nuevo León, con 629 mil 274.
Comparado el número de asegurados con la PEA de cada entidad, solo la Ciudad de México se mantiene en la primera posición; los 2 millones 902 mil 508 ciudadanos que han contratado un seguro de vida individual representan el 58.9 por ciento de la PEA de la capital del país.
En la segunda posición se coloca Chihuahua, con el 25.3 por ciento, y en tercer lugar, San Luis Potosí, con el 24.4 por ciento de su PEA que ha adquirido un seguro de vida individual.
Colima y Tlaxcala son las entidades con el menor número de pólizas de seguro de vida individual contratadas; el primero registra 60 mil 274, y el segundo 67 mil 600.
Con respecto al porcentaje de la PEA, Tlaxcala ocupa el lugar 29, con un 10.4 por ciento. En los últimos lugares se colocan Puebla, Chiapas y Guerrero que tienen menos de un 10 por ciento de su Población Económicamente Activa asegurada con un seguro de vida individual, lo que aparentemente significa que la población tiene otras prioridades.
La Comisión Nacional de Seguros y Fianzas (CNSF) considera que la contratación de un seguro de vida, de gastos médicos mayores u otra modalidad de seguro, generalmente está condicionada por dos factores clave: el nivel de ingresos de la población y su grado de cultura financiera.
Otras instituciones y expertos en la industria de los seguros también estiman que el crecimiento de la contratación de los seguros de vida individual está intrínsecamente ligado a la percepción de riesgo y a la cultura de prevención.
La penetración del seguro en México, al cierre de 2023, fue de 3.2% como porcentaje del PIB, cifra que está por debajo del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que en 2022 fue del 9.3 por ciento.
Dios proveerá, pero la realidad es otra: no tenemos una cultura de prevención
"No tenemos una cultura de prevención", sostuvo sin disimulo, ni enredo, el sacerdote Ranulfo Rojas, vocero de la Diócesis de Tlaxcala, a la cual pertenecía el también sacerdote Víctor.
Y esa cultura de prevención, aludió, debería ser para todos, sacerdotes y no sacerdotes, porque todos forman una misma sociedad y están expuestos a los diversos riesgos que la rodean.
“Así como nosotros los sacerdotes, el común de la gente, no tenemos una cultura de prevención, y eso lo lamentamos mucho. Nosotros vivimos mucho, como sacerdotes, con la idea de la providencia, de ‘Dios proveerá’, ‘Dios no nos va a desamparar’, y eso, a veces, nos hace poco conscientes de que la realidad social es otra”, expuso en entrevista.
Y la realidad es que, destacó, todos los ciudadanos, incluídos los sacerdotes, vamos teniendo más años y con eso estamos sujetos a enfermedades, accidentes y a algunos problemas personales que no nos hacen estar en armonía plena.
En la Diócesis de Tlaxcala, desde la pandemia por la Covid-19, han muerto 25 sacerdotes, cifra que, a decir de Rojas, ha sido un golpe fuerte porque son más los que fallecen que los que se ordenan, y a esa dificultad se suma el número de sacerdotes enfermos o que ya están en la tercera edad, condición de vida que les impide continuar su servicio.
Entre las enfermedades físicas que enfrentan los presbíteros de Tlaxcala prevalecen la hipertensión, diabetes, obesidad y obesidad mórbida.
“También tenemos problemas emocionales, psicológicos, que hacen que un sacerdote tenga que parar un tiempo o, incluso, salir en el caso de sacerdotes que ven que no era su camino el sacerdocio y deciden retirarse”, comentó.
Remarcó que en los últimos años y tras la pandemia, para toda la iglesia católica de México cobraron relevancia dos temas, el de la muerte de los sacerdotes por problemas de salud y por violencia.
“En todas las diócesis, el número de sacerdotes fallecidos en covid es muy alto en poco tiempo, que no tenemos sacerdotes para atender. En el tema de violencia es más fuerte, hay lugares como Guerrero, Chiapas, Guanajuato, Zacatecas, Sinaloa, por citar lugares complicados, donde ha habido sacerdotes asesinados”, expresó.
En 2024 la violencia en México también dejó huella en la comunidad religiosa; el 20 de octubre en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, dos hombres asesinaron al padre Marcelo Pérez, justo después de oficiar una misa. El sacerdote indígena tzotzil, de 51 años, era famoso por su activismo en defensa de los derechos humanos y de las comunidades indígenas de Chiapas.
El 17 de agosto de 2024, en Guadalajara, Jalisco, el padre Isaías Ramírez fue reportado como desaparecido y su cuerpo localizado días después en las inmediaciones del puente de San Fernando, cerca de Zapotlanejo. Aunque las autoridades descartaron signos evidentes de violencia, las circunstancias de su muerte siguen bajo investigación.
El Centro Católico Multimedial (CCM) y el Observatorio de Libertad Religiosa en América Latina, han investigado los contextos de violencia en los que los sacerdotes desarrollan sus actividades religiosas en los estados mexicanos. Según el “Reporte de Incidencia de Violencia contra ministros religiosos y laicos de la Iglesia Católica en México”, desde 2010 hasta 2024, se han documentado 46 asesinatos en agravio de sacerdotes.
En su reporte más reciente, el CCM destacó que la persecución contra sacerdotes o religiosos en México no es un fenómeno aislado y que viven en un contexto de “intimidación agresiva y sistemática”. En el sexenio anterior registró 10 asesinatos de sacerdotes, además de 10 sacerdotes y religiosos violentados, 900 casos de extorsión y amenazas de muerte contra miembros de la Iglesia católica, así como ataques contra 26 templos en diversas regiones del país.
El portavoz de la Diócesis de Tlaxcala, acentuó que a pesar de que en algunas diócesis de México ya existen “recomendaciones muy estrictas para el estilo de vida del sacerdote”, por los contextos de violencia, esto todavía no es un escenario de riesgo en el caso de Tlaxcala, donde los sacerdotes aún tienen vínculos y hasta se sienten protegidos por la comunidad.
Subrayó que en el contexto tlaxcalteca, los fallecimientos en el sacerdocio han sido por enfermedad o accidente; por tanto, es prioridad una cultura de prevención por temas de seguridad para la salud y de seguridad para el retiro.
-¿Qué están haciendo para promover esa cultura de protección y gestión de riesgos?
A los sacerdotes, desde hace unos años les estamos ofreciendo, ya de manera obligada, el que se hagan chequeos médicos que la misma diócesis paga porque no es que solamente que no voy porque no tengo dinero, es que no voy porque no tengo cultura formativa, y todavía así no vemos que haya un impacto por el cuidado, la prevención de la salud, el tema psicológico. Y en la medida que vayamos tomando esa conciencia podemos mejorar el ambiente de los sacerdotes que, de pronto, se enconchan y no aceptan el cuidado de su salud, de su ámbito espiritual, todo eso tenemos que irlo cambiando para entender que la cultura preventiva, así como la cultura en general, de atención de la salud, pues es de toda la vida.
Entre las estrategias que usa la Diócesis de Tlaxcala para promover la cultura de prevención y gestión de riesgos entre los sacerdotes, está la presentación de pláticas y conferencias, a cargo de un asesor de seguros, sobre lo que representa un seguro médico o seguro de vida con beneficios para la edad del retiro y por qué un sacerdote o cualquier ciudadano debería contratarlo.
“La prevención es una cultura de vida, si uno prevé que tienes que pagar el día treinta, diez pesos y desde el veinte ya los tienes, descansas, te quita estrés”, acotó Rojas.
Diálogo post mortem

Había transcurrido poco tiempo después de la muerte del padre Víctor, y de que su familia lo entregó a la iglesia y a Dios. Después del luto, Alberto, su hermano menor, el trailero, decidió retomar las rutas largas con su trailer y volver a recorrer las carreteras.
Aunque tiene apenas 24 años, ya es un experimentado trailero; y en esa ocasión, en octubre de 2024, se dirigía hacia Veracruz, con una carga de 30 toneladas.
Sujetaba el volante, sentía el rugido del motor resonar en su pecho mientras maniobraba su camión cargado de mercancía. Era un día más en su vida, una rutina de asfalto y horizontes interminables. Pero aquella tarde, el destino tenía otros planes.
“¡Yo ahí sí la sentí cerca!”, exclamó al hacer alusión a la muerte.
Un olor acre y penetrante irrumpió en la cabina. Beto, como le llaman de cariño, bajó la ventana y confirmó sus sospechas: humo negro salía de los grandes neumáticos. El corazón le martilló el pecho mientras buscaba un lugar seguro para detenerse.
“Calenté frenos, y ya llevaba una patrulla de la Guardia Nacional y una ambulancia abriéndome camino, iba yo humeando ya, el trailer iba casi prendido”, relató.
Fue en ese momento cuando, a bordo de la pesada unidad de carga, surgió un diálogo post mortem con su hermano Víctor, el sacerdote, quien falleció el 31 de mayo de 2024.
“Gracias a Dios y, yo digo, a mi hermano (el sacerdote), que le pedí: ‘¡Ayúdame!’, porque ese día salí tarde y yo llevo tiempos”, narró.
Beto logró orillar el tráiler, a la altura de Cardel, Veracruz, cuando una nube de humo ya devoraba los neumáticos. La ambulancia y la patrulla de la Guardia Nacional lo rodearon, mientras él, invadido por la adrenalina y el pánico, se hizo cargo de enfriar las balatas.
“Yo sí me voy a asegurar, Dios no lo quiera me llego a morir; ¿qué haces en ese caso si el trailer ya va prendido y tú nada más lo ves?, y ahí es donde sientes el miedo. No llevaba cualquier tonelaje, llevaba 30 toneladas con doble entarimado”, comentó.
En sus probabilidades de riesgo, este joven trailero también prevé aquellos riesgos en carretera generados por la inseguridad y delincuencia que, en sus palabras, "está incrementando hasta más no poder. ¡Está horrible!".
La escena pudo haberse convertido en una tragedia, pero una vez controlado el incidente, Beto esperó en el asfalto, agotado pero agradecido, y fue a tomar alimentos. Había vencido una vez más a los riesgos de su profesión.
En ese diálogo post mortem, que literalmente sostuvo Beto imaginariamente con su hermano el sacerdote ya fallecido, también recordó que éste, cuando todavía vivía, le sugirió, de manera insistente, que contratara un seguro de vida, el cual consideraba necesario para él por los riesgos que implica su trabajo de trailero.
La ironía es evidente para Beto; él, expuesto a constantes peligros en su trabajo, ha sobrevivido a innumerables situaciones límite, en cambio, Víctor, quien era su hermano mayor, para esa fecha ya había fallecido en la tranquilidad de su servicio a favor de la iglesia, como sacerdote.
“Mi papá decía: ‘yo alguna vez pensé en ti, porque eres el que sale, el que anda en carretera, y tu hermano, pues su trabajo, ¿qué pesado es o qué difícil era?, su riesgo no es tanto’”.
“Y es cierto, hoy yo, igual pensando, el trabajo de mi hermano no era riesgoso, o tal vez sí, pero no como el mío. Nos tocó a nosotros, entregar a mi hermano a la iglesia y a Dios”, expuso Alberto.
Los tres hermanos, Víctor, Vicente y Alberto, junto con sus padres, don Abundio y doña Manuela, tenían planes de emprender nuevos negocios para mejorar la calidad de vida de todos.
“No contábamos con capital, pero sí con mucha iniciativa”, afirmó Beto.
Un sorpresivo golpe del destino cambió sus planes; Víctor, el sacerdote, murió el 31 de mayo de 2024, aunque partió con la previsión de no dejar a su familia desamparada a través de la suma asegurada de un seguro de vida.
La historia de estos tres hermanos y de la familia completa es un recordatorio poderoso de la importancia de la cultura de prevención y gestión de riesgo, y de que en un país donde las emergencias financieras pueden devastar a las familias, adquirir un seguro no es solo una decisión práctica, sino también un acto de amor y responsabilidad.
La paradoja entre la vida de un trailero, expuesta a constantes circunstancias de riesgo, y la de un sacerdote entregado a la paz y aparente seguridad de la iglesia, es muestra de que, en ocasiones, las experiencias de la vida ocurren contrarias a la lógica y, frente a ello, queda la determinación de prepararse para enfrentarlas.
Tal como lo hizo el padre Víctor, con la decisión de contratar su seguro de vida, lo que permitió a su familia, tras su sorpresiva muerte, hallar la manera de seguir adelante con la certeza de que la muerte no solo quita, también deja.
CHZ